Seis

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Aquellos árboles amarillos se mecían suavemente con el viento que subía desde el mar. Su murmullo y el del agua entregaban a la mañana una atmósfera tan sublime como pacífica. Así mismo era el aura de Minte que sentada a la orilla del estanque, entre las enormes y altas raíces del árbol, practicaba su Nen bajo la atenta mirada de Kurapika que permanecía a una distancia prudente. Ella le dijo que se ponía nerviosa si él o Maxwell la estaban mirando.

-Kurapika...-lo llamó la muchacha poniéndose de pie- Te pedí que me dejaras sola.

-Maxwell me pidió que te trajera esto-le respondió desde la alta raíz en la que había estado parado y de la que descendió sin esfuerzo, con un ágil salto.

Minte tomó la cajita de madera de manos de su maestro y la abrió con mucho entusiasmo.

-¡Sushi apanado!-exclamo la muchacha- ¡Ay Maxwell, eres el mejor! ¿Quieres un poco?-le preguntó Minte a Kurapika que se quedó viendo el contenido de la caja con una recelosa curiosidad- ¿Qué no te gusta? ¿No lo habías comido antes? ¿Por qué tienes esa cara?

Cuando Minte tenía curiosidad por algo no renunciaba a ella. En pocos días Kurapika había entendido que lo mejor era responder sus preguntas o decirle que no quería hacerlo por un motivo importante. Si era así, ella no insistía. Le contó de la prueba del cazador y el examen de culinaria, mientras probaba aquel bocadillo con un poco de desconfianza.

-Así que eres un Cazador- murmuro la muchacha mientras se dejaba caer de espaldas sobre la hierba.

-Poseer una licencia de Cazador es muy útil- le dijo el muchacho tomando otro de los bocadillos con la mano, como ella le enseñó estaba bien.

-Tengo una de esas- lo respondió Minte- Se la compre a un sujeto hace tiempo, pero solo la use una vez. Muy lejos de aquí por cierto.

Ese último comentario se ganó el interés de su maestro que tomó una de las servilletas para limpiarse los dedos.

-¿Te irás mañana?-le preguntó la muchacha, sin quitar sus ojos de las ramas de los árboles.

-Así es...

-Voy a extrañarte. Eres un poco odioso, pero me caes muy bien- le dijo volviendo a sentarse.

-¿Odioso? No estoy de acuerdo con esa impresión que tienes, Minte. En especial porque no nos conocemos lo suficiente.

-Ya vez... Siempre tienes que buscar la manera de refutar lo que los demás te dicen. Eso es ser odioso

-Muy bien el descanso terminó. Vuelve a tu entrenamiento, Minte- le dijo al intentar levantarse, pero la mano de la muchacha, sujetando la manga de su chaqueta, se lo impidió.

-Cuentame más de la tribu Kuruta ¿quieres?

-Te he dicho todo lo que...-le decía, pero Minte tiró con fuerza y lo obligó a sentarse.

-Por favor...cuentame más- insistió la muchacha viendo el techo de ramas, como quien mira un sueño que se desvanece.

Claudicó otra vez. Ella lograba eso. Le contó cosas cotidianas, a diferencia de la primera vez que le dio una charla digna de un catedrático. Minte estuvo más callada. No hacía más que una pregunta ocasional y para cuando Kurapika se dio cuenta de que incluyó más de una anécdota, Minte dormía tendida a su lado y el sol se ponía más allá de los árboles.

Por un breve instante, mientras la cargaba en su espalda de vuelta a la mansión, Kurapika tuvo la efímera ilusión de que al final del estrecho sendero estaba su gente esperándolo. El viento se llevó aquella visión tan rápido como surgió. Qué hubiera sido de él de no haber ocurrido la masacre, nunca se lo preguntó después de ese día. Era un absurdo suponer cosas que jamás ocurrirían. Sin embargo, alguna vez albergó la esperanza de que otros hubieran sobrevivido, aunque tampoco nunca pensó que haría de ser así y encontrarse con ellos. En su mente solo existía un objetivo y por el hacia todo lo que hacía. Cada paso que dio desde ese trágico día no hizo, sino aproximarlo a su venganza. Nunca se desvió de esa senda. En ella encontró otras cosas. Cosas buenas como sus amigos, pero ellos no lo detuvieron. En cambio en ese momento su camino lo llevó a una bifurcación totalmente inesperada. Una que le ofrecía una senda ilusa que era totalmente ridículo seguir.

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