Doce

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Era de noche. El sonido que hacía el tren al avanzar era lo único que se podía escuchar. Minte se había dormido descansando la cabeza en su hombro. Un delgado hilo de saliva caía por la barbilla de la muchacha dándole un aspecto descuidado, pero cándido y muy pacífico. Le recordó un poco a Gon. Hace mucho no lo veía o sabia algo de él. Tampoco de Killua. De Leorio estaba más al tanto. Él siempre le estaba llamando o enviando mensajes sin importar si le respondía o no.

Pasado la media noche el tren llegó a la estación donde debían hacer transbordo. Kurapika despertó a la muchacha, que sujeta al brazo de su compañero descendió del ferrocarril medio dormida. Abordaron el otro tren llegando a la estación que debían cerca de las seis de la mañana. Desde allí podían tomar un taxi, pero Kurapika le pidió a uno de sus compañeros que los recogiera. Linssen los estaba esperando fuera del edificio. El camino a la mansión Nostrade era bastante solitario. Primero pasaba por una carretera entre planicies verdes ,en esa época, después se internaba en un bosque frondoso que hizo a Minte bajar el cristal de la ventana del automóvil. Saco medio cuerpo fuera del vehículo y cerró los ojos para disfrutar de la brisa fresca.

-Los árboles son verdes aquí -murmuró, la muchacha, al abrir los párpados.

Cuando Kurapika escuchó eso, recordó que Minte veia todo en un ocaso permanente, hasta antes de asesinar a esos hombres. También recordó el incremento de poder que ella sufrió. Tuvo una idea respecto a eso, pero no era el momento para compartirla.

-¿Hace cuánto no dejabas tu hogar,Minte?-le preguntó cerrando el libro de bolsillo que estaba leyendo.

-Unos cinco años-le contestó la mujer, entrando al vehículo- Supongo que una parte de mí tuvo miedo mucho tiempo-le confesó Minte.

Kurapika miró a Linssen a través del retrovisor y guardo silencio. Miedo, repitió en su mente. Él nunca tuvo miedo a otra cosa que no fuera que su ira se desvaneciera en el tiempo. Pero podía entender el miedo de Minte. La mansión estaba a la vista. Pronto llegarían a ella.

Aquella casa era grande, pero a la muchacha no la impresionó. La suya era igual. Sin embargo, esa en la que entró siguiendo a Kurapika que le iba contando algunas cosas respecto al lugar, se le hizo bastante sombría y un poco tenebrosa. Cuando las puertas se abrieron y el amplió pasillo quedó ante su vista, la mujer se estremeció, quedándose parada en el pórtico un instante.

-¿Qué sucede?-le preguntó Kurapika, al notar que ella se quedó atrás.

-Nada-contestó Minte, pero era evidente que no se sentía cómoda allí.

-Tranquila-le dijo Kurapika- Esos sonidos no son otra cosa que ecos entre las paredes...

Minte se miró en los ojos del muchacho y le sonrió para después seguir avanzando. Casi enseguida, al final del corredor, aparecieron Senritsu y Basho. La muchacha reconoció a la flautista  y fue hacia ella, con bastante entusiasmo, para saludarla.

-Me alegra mucho verte, Senritsu- le dijo al apoyar sus manos en sus rodillas, para quedar más a la altura de la mujer que le obsequió una simpática sonrisa.

-A mi también me alegra mucho verla, señorita Minte-le contestó Senritsu.

-¿Minte?-repitió Basho- Que bonito nombre tienes,linda. Dime ¿Trabajaras con nosotros también o vienes por..?

-Ella es una invitada-lo interrumpió Kurapika con cierta brusquedad-Se quedará con nosotros unos días.

-Ah, si... Eso es excelente-murmuró el hombre mirando a la chica de una forma que a Kurapika no le gusto nada.

El mayordomo le pidió la mochila a Minte para llevarla a una de las habitaciones de huéspedes. Así la muchacha terminó siguiendo al empleado por el pasillo que se había más oscuro en esa parte, antes de llegar a la escalera.

-Asi que una invitada...¿No te importaría presentarmela formalmente o si Kurapika?- le preguntó Basho sin quitar los ojos de la mujer, que fue bastante indiferente con él.

-No pierdas tu tiempo. Ella está fuera de tu alcance-le contestó Kurapika pasando frente a él para ir a su habitación.

-¿Fuera de mí alcance dices?

-Si, eso fue lo que dije-afirmo Kurapika antes de alejarse a paso rápido.

-Oh ya veo...-musitó Basho después de una pequeña reflexión-Tienes buen gusto chico-le dijo en voz alta- ¿Por qué yo no consigo mujeres así?-se preguntó así mismo en voz baja, para después irse en dirección opuesta a esos dos.

Senritsu sólo se sonrió resignada a los intereses de su compañero, pero al mirar hacia la escalera su expresión cambio. La tonada del corazón de Minte era mucho más clara y tranquila que la que oyó la primera vez que la vio, pero la de Kurapika era todo lo contrario. Estaba agitada. Revuelta como las notas que un principiante arranca a un piano.

Aquel día fue bastante tranquilo para todos en la mansión. Minte se quedó en aquella habitación tendida en la cama. Estaba cansada y también se estaba preguntando varias cosas respecto a su Nen. Algo había cambiado, mas no estaba segura de que era. Pasado las diez de la noche, Kurapika tocó a su puerta. La muchacha se había cambiado y refescado. Tenía puesto un sencillo vestido blanco, largo que le daba un aspecto de dama vampírica,aunque el de Kurapika no era mejor. Su blanca camisa hacia que los Ojos Rojos que cargaba destacaran demasiado y sumado a su sombrío semblante, el muchacho parecía un anima en pena.

-Minte...¿Me acompañas?-le preguntó con una voz cansina.

La muchacha aceptó y lo siguió hacia el sótano. Ella hubiera preferido destruir los Ojos Rojos que rescataron del incendio, pero él no se lo permitió. Los llevaba como una ofrenda pesada a un altar, alzado en la oscuridad más densa de aquella casa. Pronto Minte se encontró ante una imagen religiosa rodeada de contenedores con Ojos Rojos, flores blancas y velas. Decenas de velas cuya costra de cera caía al piso como estalactitas. Kurapika dejo los ojos en un rincón para después preguntar si podía encender un poco de fuego.

-No, no puedo -le respondió Minte- Desde esa noche no soy capas de usar mi poder Nen...No mi...

-No te preocupes. Creo saber que es lo que te esta sucediendo-le dijo Kurapika de buen ánimo y saco un encendedor de su bolsillo para encender las velas.

Minte se quedó en el rincón viendo todo el proceso con una mirada triste y una actitud respetuosa. Sólo se acercó al altar una vez Kurapika puso los Ojos Rojos en el. La muchacha junto las manos sobre su pecho e inclinó la cabeza cual si fuera a orar, pero en lugar de eso dijo, como si estuviera reflexionando en voz alta:

-Me hubiera gustado ver estos ojos en las cuencas de sus dueños. No puedo evitar odiar un poco al Genei Ryodan...

Kurapika la escuchó. Guardo silencio.

-Son los ojos de tus ancestros-le dijo después de un rato, mientras entrelabaza las manos del mismo modo que Minte-Es natural que experimentes ese desagradable sentimiento...

Minte no contestó. Miró la imagen religiosa en altar. La reconoció y no dejó de llamar su atención que Kurapika escogiera esa imagen para su santuario.

-Dios te salve María, llena eres de gracia. El señor es contigo. Bendita tú eres...

Una oración...Que extraño se oía una oración en ese lugar, cuando lo en realidad no estaba fuera de lugar orar por esos muertos y sus iracundas almas sin descanso. Kurapika bajo la cabeza, cerró los ojos y acompañó en silencio a Minte cuyo rezo parecía llevar paz ese lúgubre sitio. Se sintió muy tranquilo durante esas horas.

Allá afuera,en el mundo que gira impávido al dolor de cualquiera, un hombre se preparaba para ir por Kurapika.

-Es el último Kuruta vivo-les decía a los sujetos que reunió para el trabajo-Asegurense de obtener el cuerpo completo y que esos ojos estén rojos...Obtendremos una fortuna por ese pequeño bastardo.

La MestizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora