Dos

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La muchacha apartó los ojos de aquella prenda. Los de Kurapika se clavaron en ella como dos agujas.

-¿Cómo obtuvo su padre este atuendo?- le preguntó inmediatamente después de oír la respuesta de Minte.

La mujer se quedó, un momento, de espaldas a él obligándolo a repetir la pregunta, en esa ocasión sin ningún tacto. Como si interrogara a un criminal.

-Era suyo- dijo Minte- Él era miembro de la tribu Kuruta- agregó y quitó la cabeza de una pequeña estatua que ocultaba un botón.

El muro que tenían en frente se desplazó a la derecha dejando ver a Kurapika los recipientes con los Ojos Rojos.

-Y esos...son los ojos de mi padre, señor Kurapika- le dijo y su voz se escuchó cargada de una profunda melancolía- Me miras y parece que quisieras oír toda la historia. Puedo contarte, pero no ahora. Siempre que vengo aquí me indispongo un poco. Por favor...discúlpame.

Minte apretó el botón otra vez y el muro cubrió los ojos. Después de eso dejó aquel lugar en el más absoluto silencio. Kurapika iba tras ellas, formulando toda clase de preguntas y lidiando con una emoción muy peculiar. No estaba seguro de que era, pero lo inquietaba. Su corazón parecía querer escapar de su pecho, rompiendo sus huesos, su carne y su piel. Como una forma de tranquilizarse puso su mano sobre su corazón y al hacer eso, Minte volteó a verlo como buscando algo.

-¿Lo oíste?- le preguntó- El oscilar de una cadena...

Kurapika la miró con curiosidad, pero guardo silencio y negó con la cabeza.

Minte le dijo que podía quedarse allí hasta que decidiera volver a su hogar. Ella no mostró interés en contarle respecto a su padre y durante el resto del día, kurapika no tuvo la oportunidad de verla. De hecho no vio a nadie salvo a la hora del almuerzo que fue cuando el mayordomo lo invitó a la mesa. Intentó interrogar al hombre, pero este se limitó a decir que apenas hace dos años que trabajaba para la señorita. Por la tarde y recordando que había dejado unas instrucciones a Senritsu y compañía, kurapika quiso llamar por teléfono para revisar que todo estuviera bien, mas no había señal en ningún rincón de la casa o jardín. Desde su ventana, Minte lo miraba y él sabía que lo hacía, por lo que le regresó el gesto recibiendo en respuesta una señal para que mirara a su izquierda. Allí había una especie de garaje donde se guardaba un automóvil todo terreno, en el que se montó más tarde, en compañía de la muchacha que conducía con el entusiasmo de un piloto de carreras, por las ásperas sendas que bajaban al pueblo.

-Aqui no hay recepción de televisión o radio, mucho menos de celular, salvo cerca de la estación de meteorología- le explicaba Minte cuando por poco se estrellan con un árbol- Supongo que no sabías eso...

-No imaginé que un sitio que depende del turismo no tuviera acceso a...-decía Kurapika, pero no terminó la frase, Minte freno tan bruscamente a orillas de un barranco que por poco estrella la cabeza contra la guantera- ¿Podría conducir de forma menos errática?

-Lo siento. A veces olvidó que está chatarra no tiene cinturones de seguridad. Me alegra ver que tienes nervios de acero- le dijo Minte mientras aceleraba pendiente abajo.

-No sales mucho de la mansión...-le comentó Kurapika con cierto sarcasmo.

-Salgo a diario, pero siempre es Maxwell quien conduce.

-Ya veo porqué- pensó Kurapika y miró por la ventana la costa crepuscular.

En las afueras de la estación meteorológica, sentada sobre una valla de piedra que separaba la playa del recinto, Minte veía como ese muchacho hablaba por teléfono. Le miraba la boca con mucha atención, pero todo él era motivo de su interés ¿Qué edad tendría? Se preguntó. Le calculó unos veinte. Cuando Kurapika la miró, ella le sonrió de esa forma que es más una mueca que una muestra de gentileza.

-Te agradezco que me trajeras. Necesitaba saber cómo estaba todo en casa- le dijo con calma.

-Mucho trabajo supongo- comentó Minte y la insinuación fue entendida de inmediato- Bien...haré esto breve para que puedas retornar a tus actividades. Has la pregunta.

-¿Realmente tu padre era un miembro de la tribu Kuruta?-le preguntó Kurapika, bañado por los últimos rayos de sol. Un tinte rojo, como té, le dió a sus ojos un sutil tono escarlata.

-Sí- respondió la muchacha y miró hacia el horizonte- Su nombre era Pilot. Tenía el cabello castaño y los ojos azules como el océano...Recuerdo que nunca ví sus ojos tornarse rojos hasta esa noche.

Minte hizo una pausa, Kurapika destacó con marcador ese último comentario en su memoria.

-Él me contó que provenía de una tribu en la provincia de Lukso, que vivía escondida en las selvas- continúo Minte- Me dijo que su gente no solía mezclarse con personas externas a su clan y que para hacerlo debían pasar algunas pruebas. Él pudo con ellas, por lo tanto se le concedió el permiso para dejar su refugio, sin embargo, tuvo un accidente que lo hizo caer a un poderoso río que lo arrastró hasta el océano, lugar del que fue rescatado por un barco mercante que lo llevó a otro continente. Pasó varios años intentando regresar hasta que conocio a mi madre. Se enamoró y se casó con ella. Un año después nací yo. Para entonces mi padre...Él abandono por completo el deseo de volver con su gente...

-De haberlo hecho hubiera sido severamente castigado- la interrumpió Kurapika- Un Kuruta que da la espalda a su gente pierde todo honor y se considera un traidor. En la historia de mi gente nunca hubo un mestizo. De descubrir tu existencia, me temo que tú... Bueno,hubieras tenido un trágico final.

Minte lo miró con gravedad,
luego volvió la mirada al océano. Era de noche y las luces de la base meteorológica les daban a ambos un tono ámbar.

-Nunca me habló mucho de su gente, salvo por el cambio de color de sus ojos. Decía que cuando eso ocurría delante de gente que no era de la tribu, estas se volvían violentas- retomo Minte su relato- Él creía que ese color era malvado...

-¿Qué pasó con Pilot?-le cuestionó Kurapika con frialdad- ¿Por qué tienes sus ojos?-hizo una breve pausa antes de agregar lo demás- Supe de tí gracias a un viejo catálogo de ventas de una subasta de coleccionistas de carne...

-Ya veo...Si, hace un tiempo quise deshacerme de ellos y venderlos, pero no pude. No me veas así...tú deberías entenderlo bien. Los Ojos Rojos, son una carga- le dijo y se puso de pie sobre la valla.

La figura de la mujer fue enmarcada por la luna y el viento sacudió su cabello. Su negra cabellera contrastaba con la rubia melena de Kurapika, entre los cuales brillaba un pendiente.

-No sé cómo sucedió. Quizá mi padre se enfado en público o alguien, de alguna forma, lo descubrió- Minte callo un momento- Una noche unos hombres invadieron la casa. Querían los ojos de mi padre, pero si no estaban rojos no valían nada. Así que tomaron a mi madre y la ultrajaron delante de él. No sólo eso, la torturaron hasta la muerte... También me obligaron a ver. Querian saber si mis ojos también se tornaban rojos. Recuerdo ese momento como si hubiera sucedido durante el ocaso. Perdí la voz de tanto gritar que pararan, pero no se detuvieron. Se reían de mi madre, de mi padre, de mí. No recuerdo que sucedió exactamente después... Solo veo a mi padre gritando que corriera, pero no podía. Cuando desperté...Todos estaban muertos. Me quede horas allí, hasta que corte la cabeza de mi padre para llevármela y que nadie tuviera sus ojos.

La voz de Minte sonaba muy tranquila, pero en sus ojos había una emoción completamente opuesta. Sus pupilas ardían con el fuego de la furia. Lo único que Kurapika se preguntó, después de oír esa historia, fue si ella podía entender eso que él siempre dijo que nadie comprendía.

La MestizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora