Papercut

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Comenzamos a bajar con cuidado mientras veíamos como ante nosotros se abría una arena de diez cúpulas las cuales estaban conectadas por un monoriel que avanzaba con lentitud por el circuito — ¿Seguro que quieres bajar? — miré a Gabriel quien comenzaba a ponerse pálido — Si, pero no creo que debas continuar. Solo uno de los arcángeles puede llegar hasta abajo y amor, ese no eres tú — acaricie su mejilla, ligeras brasas comenzaron a aparecer en sus ropas al igual que en sus alas — Ve — le sonreí mientras besaba su mejilla, sin importar que el infierno oliera a azufre o un pib el olor a jazmín de Gabriel predominaba — En verdad que te quiero mucho Gabo — junte nuestras frentes, sentí como mis lágrimas limpiaban la tierra del anillo anterior — Ten — le entregué mi celular y el frunció las cejas exigiendo una explicación — No tengo por el momento algo que darte como promesa de que regresaré con bien más que este celular. Tómalo y cuando regrese podremos tener una cita tranquila en dónde tú quieras — besé sus manos — Prométeme que sobreviviras — sonreí de lado — Ay mi ángel hermoso, si muero mi último pensamiento serás tú y en volver — entonces me tomo de la camisa atrayendome a él, beso mis labios mientras la bóveda del infierno ardía sobre nosotros. Mis lágrimas salieron de inmediato así que sostuve su rostro en mis manos, podía sentir como las almas vitoriaban nuestro nombre mientras el techo se agrietaba; nos separamos un poco — Intenta sobrevivir — roce nuestras narices — Lo lograré — nos abrazamos escondiendo nuestros rostros en el hombro del otro, sentí como sus lágrimas humedecian mi piel así que inhale mientras lo tomaba de los brazos — Ve Gabriel, que yo estaré bien — me gire dándole la espalda mientras bajaba hacia la arena, escuché como parte del techo comenzó a caerse, miré sobre mi hombro como se iluminaba el cielo en dorado, un par de alas volaron hacia aquel fulgor dorado.

Baje las escaleras con rapidez, sentía como mis lágrimas eran mezcladas por mis gotas de sudor que pegaban la camisa a mi piel eso hizo que mi runa vibrara desplegándose; creo que algo me dice que lo voy a necesitar. Cerré mis ojos y salte hacia enfrente, sentía mi cabello bailar con el aire mientras las brasas comenzaban a incinerar de apoco mi ropa — No lo vas a lograr — desde abajo podía oír los chirriantes gritos de las almas iracundas fundirse en el eco que era el infierno, levanté mi brazo con Ilustrísima quien empezó a rugir en fuego celestial; cerré los ojos y escuché una explosión mientras rodaba sobre algo frío, lazca y humo giraron conmigo. Entreabrí los ojos tratando de adaptarme a la luz que ahí existía, sentí como palpaba mi cabeza pero era acompañada de una sensación de ingravidez — ¡A eso llamo hacer una maldita entrada, señores. Dahaka un gusto! — ví una sombra estirarme la mano, levanté una ceja mientras cerraba mi ojo de verdad me está matando está sensación carajo. Pronto sentí como se iba aminorando el dolor de mi cabeza, a lado de la sombra estaba Caredubus quien me hizo una moción de silencio; mi vista se hizo cada vez más nítida aclarando más la imágen de Dahaka, tenía el cabello de color morado y corto, sus ojos eran del color dorado, eran como pepitas de oro incrustados en un rostro pálido de facciones finas — Tranquilo camarada, parece que has visto un fantasma — negué mientras me levantaba con dificultad, giré mi rostro al enorme hueco de la pared en la que se veía como el la oscuridad era consumida por la luz dorada, era como ver una nebulosa en el espacio — No queda mucho tiempo — gire a ver a Dahaka quien negó en un semblante sereno — Siento ser el heraldo de malas noticias, mi joven viajero — negué restándole importancia, sobrevivir es el objetivo — Esta es la arena para aquellos que engañaron, de quienes sacaron provecho de ello — asentí mientras comenzaba a caminar a su lado, creo que quieren que termine ya porque el fuego celestial avanza a pasos acelerados. El río de Flegias anegaba de nuevo los rieles del tren pero en esta ocasión era sangre la que los alimentaba como en el anillo anterior, conforme nos fuimos acercando pude observar como aparecían demonios con látigos parecidos al mío azotando a personas desnudas o con traje quienes caían al río de sangre, trataban de salir pero eran regresados con azotes en dónde cayera — Dahaka, ¿Quien es él? — me miró sorprendido — Es Quetzal Méndez, el proxeneta más famoso de Tlaxcala y quién fue asesinado en su celda mientras era violado y ahí está uno de tus amigos — lo miré contrariado pero me acerque de todos modos esquivando a los demonios, era el asociado de mi padre. Nathan, el se encargaba del reclutamiento para las próximas aperturas pero jamás dió una queja — Él los explotaba sexualmente y laboralmente, contrataba analfabetas con falsas promesas de ascensos. Jamás llegaron pero nunca dejó que ellos se fueran — miré como Nathan era azotado abriendo su carne, exponiendo sus huesos destruidos — Sabes en el fondo que se lo merecen— su voz era inexpresiva lo que la hacia peligrosa, me giré hacia él — Avanza viajero — desvíe mi mirada a la enorme franja que recorría la estación. La Merced — ¿Está aquí mi amiga? — giró a verme sobre su huesudo hombro — Naturalmente — tosió una risa mientras caminaba hacia el cambio de dirección, del otro lado la escena era la misma — Ven, no querrás perderte esto — camine con cautela, de verdad que me da mala espina — podía oler como un aroma a alcantarillado se hacía presente, las luces fueron tornándose de color dorado que alumbraba los bicolores verde y gris. El techo desapareció dando paso al cielo galáctico que había provocado, las estrellas caían alrededor de la estación pero en especial había un reflejo que me desconcertaba, unos metros atrás existía un río que estaba reflejando las estrellas.

— Lindo, ¿Verdad? — miré a Dahaka que tenía puesta la mirada en el río — Vamos — me comenzó a jalar del brazo pero una arcada me hizo sentar — ¿En serio? — sonrió orgulloso con una pizca de picardía, me apretó más y me arrojo escaleras abajo — Has cometido ya tantos pecados capitales: suicidio, asesinato, has mentido en más de tres formas distintas y aún así osas en bajar en búsqueda de una estúpida redención — me pateó en el estómago — No eres... — patada — Más... — patada — Que un... — Ni... — patada — Ña... — patada — ¡TO! — tomé su pie — ¡Basta! — lo arroje al río de excremento humano, de inmediato salió con un cuerpo que tenía sostenido por el cuello, de inmediato el cuerpo trato de quitarse su brazo del cuello pero comenzó a apretar más — Aún tengo el toque — levanté mi dorso apuntando a su cabeza — No dispares y haz lo que te pide — René — Sabes que no soy bueno haciendo caso — limpio su rostro — ¡Peter no me dejes! — su voz se extinguió en un apretón — Si Peter, no la dejes es más únete a la fiesta — levantó su otra mano — No te... — su voz se extinguió — Maldito Celestial — tosió una rebaba azul mientras se elevaba relucía una brillo zafiro — Pensaste que te iba a dejar solo con este — sonreí ladinamente, despliegue mi runa y atraje a René hacia mí — Nos vemos luego — saco la pica de Dahaka haciendo que se lo llevará el río — Explícame como lograste llegar acá — parpadeó y su esclerótica cambio a mostaza — Ah, eres tú — lleve a René a una de las bancas que ahí había, toque su carótida. Tenía un ritmo tranquilo — ¿Peter? — — Si, aquí estoy René — limpie su rostro, me sonrió — Gracias — negué — Ahora sácala de aquí — negó furioso — Las órdenes las doy yo — negué — Ya nos las das, ahora ve y haz lo que te digo que no tengo tiempo ni ganas de discutir — me vió con enojo antes de levantar a René para irse por las escaleras, miré hacía el otro lado de la estación en dónde estaba el cambio de dirección.

— Entonces, ¿Río de los Remedios es para los aduladores? — me levanté y comencé a caminar hacía las escaleras, de verdad que sí me hubiera traído mi libro carajo. Subí las escaleras con rapidez y el cielo dorado desapareció regresando a las luces blanquecinas. 

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