Capítulo 11

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Querido diario, en estos momentos de crisis existencial declaro que ha sido una semana de mierda.

Cuando llegué a la finca del agua junto a los pilares, me hicieron sentarme y me dieron un vaso con humeante té. No pude ni darle un sorbo completo cuando me invadió su sabor tan desagradable, agregándole que estaba caliente; las consecuencias fueron obvias, terminé escupiendo el té.

Ambos me regañaron, diciendo que ese té me iba a ayudar en mi recuperación y que no me iban a dejar descansar hasta que me lo tomara.

No puse resistencia, ni discutí. Aún recuerdo lo cansada que estaba, y también lo caliente que me sentía a causa de la fiebre que lo único que quería era acostarme y dormir hasta el siguiente año. Así que soplé ese té hasta que se enfriara poquito, para tomarlo de un solo trago; hice muecas por su sabor a cola de vaca.

Me enseñaron mi habitación, y me dejaron para que descansara.

Al taparme con las mantas caí rendida. No supe de la existencia de nadie por un buen tiempo. Las únicas veces que me despertaba eran para ir al baño, bañarme, chequear mi herida para cambiar el vendaje, comer y después de hacer mis cosas básicas, volvía a dormir.

En el transcurso del día sentía que alguien estaba conmigo. Antes de caer dormida por el cansancio que la fiebre generaba, sentía que alguien ponía un paño húmedo en mi frente o me subían las mantas que usaba para taparme. Incluso en ocasiones me despertaban de mi sueño de belleza para que tomara la medicina, que seguía sabiendo a mierda.

Aunque ellos creían que me dedicaba a descansar por mi enfermedad, la realidad era otra. Mientras ellos dormían, yo ponía en práctica la respiración de concentración total, todas las noches sin falta. No me importaba el tiempo que le dedicara a eso, quería volverme fuerte cuanto antes y creo que esto era un buen comienzo.

─¡Deja de distraerte y presta atención!— sentí un golpe en mi espalda, ocasionando mi caída.— En una batalla contra un demonio ya estarías muerta.

Olvidé mencionarlo, pero hace unos dos días reanudé mi entrenamiento. La fiebre ya había pasado después de una semana de reposo pero las secuelas seguían ahí. Me cansaba demasiado rápido y a veces me dolía la cabeza.

—¡Pues me harían un favor!— me levanté rápidamente y me lancé a mi oponente que era Sabito.

Mi entrenamiento consistía en ir hacia él y tratar de golpearlo con la espada de madera. El muchacho de cabello melocotón también tenía una en sus manos, él me daba golpes en los brazos por no sostener bien la espada, en el abdomen por dejar de usar la respiración de concentración total y en la espalda por distraída.

Me ha dado tantos golpes en la espalda que perdí la cuenta cuando conté quince.

Cuando estaba lo suficientemente cerca del pilar, levanté mi espada para darle un golpe en la cara. No era tonta, sabía que ese golpe tan simple lo iba a detener con otro movimiento simple.

Y tal como lo esperé, bloqueó mi ataque con su espada y forcejeábamos un poco entre ambos, empujándonos.

─Siendo impulsiva al atacar también te costará la vida.─ me reprendió, ejerciendo un poco de fuerza para hacerme retroceder a propósito. Su rostro enmascarado se acercó al mío, para intimidarme.

─Subestimar a tu oponente también te puede costar la vida.─ reclamé.

Con una velocidad anormal que ya no era desconocida en mí, me agaché y me apoyé en uno de mis pies y en el peso de mi cuerpo, para girar en mi propio eje ganando impulso; pateé sus piernas con fuerza, mandándolo al suelo. Al levantarme, pise su espada para impedir que la levantara, puse la punta de la espada de madera en su garganta, sin hacer presión, indicándole que yo lo había vencido.

Forastera | Kimetsu no yaiba |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora