2. Ágora

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EMMA: Discúlpame, estaba buscando dónde aparcar. Me he dado como tres vueltas, al final he caminado un montón para llegar.

SARAH: Me pasó igual, descuida.

EMMA: ¿Vamos? El lugar que te mencioné está acá a unas cuadras.

SARAH: Creo que lo vi.

EMMA: ¿De verdad? Me hubieras dicho.

SARAH: Creo, dije. Más seguro es contigo.

EMMA: Bueno.

Cuando llegamos a Ágora, bromeaste malamente con estar deshidratada cual si hubieras caminado 10 kilómetros en el desierto y finalmente encontraras un oásis, o en el mejor de los casos, un auto todoterreno con aire acondicionado, 15 litros de agua fría y fruta fresca para el camino. Samuel nos llevó a una mesa al fondo del jardín, en un espacio diminuto al que apenas podías entrar, dijiste, Acá le gusta a mi niña, si quieres podemos ir a otro lado. Pero a mi me gustaba mirarte ahí precisa, como una gran pintura aún no desarrollada.

SARAH: Acá está bien.

EMMA: Tiene su encanto, ¿no? 

Consentí. Tenías el cabello revuelto, los ojos azules brillantes, como reflejo de sol sobre el Océano Pacífico a mediodía. Como reflejo también, me peiné con la mano, todavía sin perderte de vista. Tú, al contrario, turbaste todavía más tu cabello. Había prometido no darle significados concretos a esta cita, perdón, salida. Charlemos, pensé, tú solo seguías mirando, y yo.

SARAH: ¿Cómo has estado?

EMMA: Te estaba contando; que esta semana, desde mañana al Viernes, Stephen llevaría a Gaia y sus amigas a Hunston. Estoy feliz por eso, aunque estaré sola en casa.

SARAH: A mí me gusta la soledad.

EMMA: ¿De verdad?

SARAH: Es cosa de costumbre. La verdad he estado la mayoría de mi vida sola.

EMMA: Yo no.

SARAH: ¿No tienes mascotas?

EMMA: No.

SARAH: Quizás... podrías... no sé, realizar actividades físicas, así no piensas en la soledad.

SAMUEL: ¿Están listas para pedir?

Lo que sea que estabas apunto de decir, te lo quedaste. Revisaste rápidamente la carta. ¿Puedo pedir por ti? Preguntaste, pero sabías, yo sé, que me estabas haciendo un favor.

EMMA: ¿Tú tienes planes esta semana?

SARAH: El trabajo nada más.

EMMA: ¿En qué trabajas?

SARAH: Chef.

EMMA: De verdad eres una caja de sorpresas.

Al salir, me acompañaste al auto, me contaste historias extrañas sobre el supermercado cerca de ahí, inventaste diálogos entre un grupo de gente que estaba cerca. Podrías venir mañana, si quieres. Me gustaría recibirte y mostrarte lo que hago yo. Quizás, si no es demasiado, podrías cocinarnos, un intercambio, pienso que podría ser divertido. Me metí al auto luego de aceptar, Claro que sí, llego a las 7. Te espero. Sonreíste, y te seguí con la mirada hasta verte desaparecer.

SASHA: Ya tengo todo, te lo dejo acá.

PAULO: 6:15, yo me hago cargo, Sarah.

SARAH: Mil gracias.

Me hice espacio, cargué las bolsas hasta el cuarto de descanso y me metí a la ducha rápidamente. Ya conocía el tráfico a esta hora, no esperaba tardarme tanto, tenía la cabeza ya adelantada, mirando imágenes del camino y al llegar a tu casa, que me recibieras. Sea lo que sea, estaba segura que tu presencia me hacía bien.

Salí en 3 minutos, me vestí y llevé todo al auto. Volví para entregarle las llaves a Paulo.

SARAH: Otra vez, perdón.

PAULO: No te preocupes, no tengo apuro.

Tenía miedo de perderme, no pasó: felizmente me conocía varios caminos, vives a 15 minutos de mi casa, casi 15 antes de la casa de mi madre, como ya sabes. Bajé, de todas maneras, corriendo. Me detuve en la puerta y me estabilicé un poco antes de llamar. Abriste rápido y sin dejar a la palabra protagonizar el momento, me abrazaste inmensa, con los brazos bien colocados alrededor mío, instaladas, como dos piezas de un rompecabezas.

EMMA: Pasa, por favor. Bienvenida. ¿Te ayudo?

SARAH: No, estoy bien así. Qué linda casa.

EMMA: Gracias. Ven, acá está la cocina.

SARAH: ¡Es inmensa!

EMMA: ¿Verdad?

SARAH: Uy, podría divertirme mucho aquí.

EMMA: Puedes, cuando quieras.

Te perdí de vista. Temía llevar a mi cabeza a lugares que nunca serían habitados. Desempacamos todo. Me dijiste que no cocinabas mucho, de hecho, casi nada, pero que habías probado muy buena comida en tu vida. Nada como la mía, desde luego, pensé. Pusiste agua, lavaste las verduras, ese puesto de asistir lo cumplías con dedicación. Ya con todo en el horno y las ventanas abiertas, me abarcaste cuando me estaba lavando las manos.

EMMA: Perdón.

SARAH: Me hago a un lado, ya acabé.

EMMA: Voy a poner música.

SARAH: Genial.

Te vi salir, me quedé inspeccionando superficialmente la cocina. Habían cuadros muy bonitos, la vajilla importante como parte de la decoración, flores blancas, detalles en metal que unificaban todo el ambiente, una ventana de madera enorme al lado del comedor. Cuando me acerqué a la pequeña chimenea, empecé a escucharte tararear.

SARAH: Michael Kiwanuka.

EMMA: ¿Te gusta?

SARAH: Si supieras cuánto.

Tenías la mirada divertida y la piel brillando sobre tus mejillas rosadas. Cruzaste bailando hasta un mueble y sacaste como un secreto una botella de vino. 

EMMA: Bleeding, I'm bleeding! / My cold little heart...

Como mar. Así me movilizabas. Discreta, conociendo tus valores. Mis piernas confiadas en esa orilla vaivén que te atendía más que a mi estabilidad, sintieron las tuyas de pronto y me enredé. 

SARAH: Soy mala bailarina. 

EMMA: Bailarina al fin. 

SARAH: Que pena, en serio. 

Me hice un poco más atrás y nuevamente tropecé, ahora quedé sentada en una de las sillas de la isla. Tú te reíste pequeñita aún bailando, mirándome a los ojos como diciendo bastante. 

SARAH: Eres como un gato. 

EMMA: ¿Un gato? Supongo que es un halago. 

SARAH: Lo es. Al menos esa era mi intención. 

EMMA: Te creo y lo tomo. 

Tan cerca a tu boca, miraste la mía, te percibí, pero te hiciste a un lado porque se cambió de canción. 

EMMA: ¿Cuánto tiempo falta en el horno? 

SARAH: Me voy a fijar. 


NO ES CASUALIDAD (Emma Thompson, Sarah Paulson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora