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El viento hubo traído hasta su nariz el delicioso aroma de las salchichas con papas a la francesa de los puestos callejeros. ¿Qué podía hacer alguien tan débil como él para resistirse? Además, ya no comía sólo para sí mismo. Al menos por ese tiempo debía mantener una dieta totalmente sana, pero nadie delataría su travesura.
Baja la mirada y es como si pudiera ver a través de la gruesa tela de su abrigo cotidiano; esa barriga que cada día crece y él apenas acepta que la vida jamás volverá a ser lo que fue. Que él jamás será lo que alguna vez fue.
Una ráfaga fuerte de viento le hace cerrar los ojos. El extraño clima de su pequeña ciudad siempre le ponía en apuros. Por las mañanas solía ser despejado, a medio día mostraba un cielo nuboso, por la tarde volvía a solear y la temperatura subía excesivamente para, por último, en la noche diluviar y helar como si estuvieran en pleno invierno. Y no siempre sucedía en el mismo orden. Esta vez el viento no tuvo piedad. No puede reaccionar a tiempo y su gorrito sale volando en medio del caos en los puestos de comida callejera y transeúntes que a esa hora van por cientos en las calles, todos intentando llegar a sus cálidos hogares.
Cuando finalmente abre los ojos, ve a un hombre sujetar su gorro y da un par de pasos para acercarse a agradecer, sin embargo, puede reconocer ese rostro que de vez en cuando ve estando detrás del mostrador. Siente ganas de llorar, es tan repentina y violenta la forma en la que el nudo se forma en su garganta y su pecho se estruja. Sabe que sería mucho peor que lo viera llorando por nada, agradece que ese orgullo moribundo en su interior le ayudara a pestañear rápidamente para que las lágrimas se disiparan. Esta vez podría culpar al polvo que trajo consigo el viento y, para ser sinceros, todavía tenía rastros de polvo atrapados en sus pestañas.
El panorama es extrañamente atractivo. El atardecer con un cielo encapotado, el viento desordenando el ondulado cabello azabache y obligándole a entrecerrar los ojos por el molesto polvo, provocando que hiciera esa cara que le hace ver soberanamente salvaje con un toque galante y viril. Ese caminar pausado por la excesiva cantidad de gente que se atraviesa, es como si únicamente ese alfa fuera la imagen nítida y el resto estaba borroso, casi como esas bellas fotos de las revistas.
Mágicamente olvidó sus ganas de llorar y sintió cómo toda la emoción cayó en sus entrañas, sintiéndose expuesto y resignado ante su propio pensamiento sobre ese alfa.
Seguramente el alfa se desencantaría al verlo tan desastroso.
Es sólo que se queda quieto, intentando no alterar esa pintura en movimiento que se acerca y sonríe al verle. No tiene contados el número de veces que vio esa sonrisa, pero por alguna extraña razón puede jurar que es esta la que se clavó en su corazón como la más sincera, porque llega a sus ojos, esas enormes orbes café que se achinan y sus bordes se arrugan justo antes de hablar.
Y bueno, se siente idiota al darse cuenta de que estuvo manteniendo una muda ilusión de seguir siendo el omega soltero, futuro de su familia, que se casaría sólo cuando tuviera los medios para criar un par de hijos, o tal vez no los tendría como muchos omegas actuales que residían en las grandes ciudades y empezaban a ocupar cargos importantes en su gobierno. El baldazo de agua fría no es necesario, porque es él mismo que entiende su realidad.
—Lee, ¿estás persiguiéndome? —molesta el alfa que ahora erguido sin el mostrador de por medio, se ve tan alto y esbelto incluso cubierto por un abrigo grueso.
—Culpable de los cargos —bromea al recibir el gorrito de sus grandes manos.
—¡Señor su pedido está listo!
Son interrumpidos por el cocinero que ágilmente terminó de preparar su pedido excesivo para una sola persona. El alfa se le adelanta y recibe el par de salchichas llenas de aderezo, mucha mayonesa y kétchup que le hacen alucinar. A ver con qué tontería saldría ahora. Realmente ese alfa era demasiado, demasiado para él, incluso para creer que podría existir uno así y él tuviera la dicha de conocerlo.
¿Cuántas personas tendrían la dicha de conocer a alguien que parece rayar la perfección y recibir un poco de su atención?
Se muerde el labio interno al verle sacar su billetera y pagar.
—Yo debo pagarlas, no te molestes, por favor —reacciona al fin. Quedarse estupefacto en un momento así no era pertinente.
—No es ninguna molestia —el alfa le entrega su pedido—. Además, debo asegurarme de que me atiendas bien en el supermercado.
Taemin sonríe. Sencillamente no puede evitarlo. El alfa es tan ocurrente. Y todavía, sujetando un par de salchichas con papas a la francesa se veía espectacular. Cabe resaltar que incluso el pelo desordenado se veía como si alguien en una sesión de fotos lo hubiera hecho a propósito para enloquecer a la gente del vulgo.
—¡Joven Choi! ¡Sus hamburguesas están listas! —la voz chillona de la regordeta alfa de un puesto un poco más alejado los interrumpe.
—¡Minho!
Entonces con esa segunda voz su burbuja explota y saben que extrañamente siempre tienen segundos para conversar (si es que se podía llamar así).
—Cuídate.
El alfa estira la mano y con el dorso de ella le obsequia un roce tan delicado sobre la piel de su mejilla que, sinceramente, juraría que fue obra de su mente algo atontada ahora mismo, pero el aroma de ese perfume queda impregnado en su memoria. Seguramente esas notas amaderadas se grabarían en su memoria apegadas con pegamento a ese rostro y esa amabilidad que le tortura. Y sí, para torturarle demás.
El alfa no mira más, apenas alcanza a ver que se acerca a una hermosa mujer cuya voz es agradable, obviamente lo sería para todos, pero a Taemin le supo extrañamente mal mientras volteaba y caminaba en dirección contraria para no tener que verlos.
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¡Gente hermosa! Mil disculpas por la tardanza. Pasaron muchas cosas y la vida. Espero que se encuentren bien y mejor que eso :)
Espero disfruten del capítulo, que ahora publicaré con mayor frecuencia. <3
Como siempre disculpas por adelantado por los errores y horrores que hallen.
Besos.