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—No, por favor —ruega el omega intentando rechazar esos presentes que no lo dejan intacto como creyó al principio.
El día era extraño cada que aparecía, sí, como si fuera una especie de aparición.
—Disfrútalos.
No quiso, pero no pudo evitar verlo marcharse de esa forma tan extraña. La puerta enorme del supermercado parece la puerta del sol, tan iluminada aún cuando el cielo amenaza con encapotarse por completo. Le gusta, ser deslumbrado, pero detesta sentirse desolado cada que desaparecía del mismo modo; fugaz. Quedaba fulminado por su presencia y esas ganas de ser notado, como si alguien como él tuviera que esforzarse por algo así.
Sentado en el asiento en la parada de los autobuses, se queda mirando el paquete de galletas dulces con formas de animalitos. Esta vez, está tan ensimismado que no le afecta el fuerte viento desordenando sus rebeldes cabellos, anunciando una pronta lluvia.
Sabe que no es correcto. Recibir esos presentes estaba carcomiéndole la mente, pero el alfa era testarudo y no parecía tener malas intenciones. Al contrario, cada que aparece, debe admitir, que ilumina su día. Como si el sol pudiera salir dentro del supermercado.
—¿Te sobra dinero para comprar galletas?
Había estado perdido saboreando las galletas conforma de perritos que, desde niño, siempre comía primero. Su esposo estaba ahí, mirándole serio y expeliendo desdén por cada poro. Podría decir que, cada que veía a su esposo, el sol parecía huir de su vida y quedaba expuesto al frío invierno sin siquiera rastros de que la luna quisiera salir a hacerle compañía.
—Estaban en rebaja.
Miente.
—Últimamente todo está en rebaja.
La forma en la que le habla no es nueva. Tampoco se extraña que no le ayude a ponerse de pie, mucho menos subir al autobús, para llevarle a su control prenatal.
Desde hacía un par de décadas los alfas debían estar con sus omegas, por ley, acompañándoles en todos los controles prenatales. De lo contrario, podrían enfrentar multas o la cárcel si no presentaban una excusa bien justificada ante el médico encargado que mandaba informes mensuales a la defensoría.
Su problema con esa ley es que no tenía artículos que obligara a los alfas a amarlos o a tratarlos con bien y cuidado. Las leyes no eran todo el problema, también lo eran las costumbres. En cuanto se dio cuenta de que estaba encinta, todos a su alrededor lo hicieron y lo obligaron a casarse, peor, a vivir con ese alfa que sólo quiso divertirse con él. Le gustase o no, las viejas tradiciones eran como leyes con castigos severos, pero no requerían estar escritas ni tener jueces que las hicieran cumplir; la sociedad era el juez más cruel que apuntaba sus errores con el dedo acusador.
—¿Trajiste dinero para pagar la ecografía? —ese tono no le gusta, pero no se somete ni mucho menos.
—Lo cubre el seguro universal.
No tiene ganas de discutir ni una sola vez más por ese mismo tema. A su esposo no le importaba aprender de qué iba todo lo del embarazo, los trámites y todo lo legal. Así que intentar enseñarle o enojarse sólo sería un dolor de cabeza que podría evitarse.
—No pongas esa cara de ofendido —le regaña sabiendo que la gente los observa y están ya mirándolos, principalmente porque Taemin expele enojo y cualquiera podría saberlo a kilómetros.
El mundo entero sabe que los omegas encinta no deberían experimentar emociones fuertes, porque era riesgoso en los hombres. Podrían perder sus crías si sufrían desbalances emocionales graves. Taemin no sabe ni cómo su embarazo sigue sin complicarse.
—Ni siquiera deberías responderme con ese tonito, no seas atrevido.
Taemin finalmente se somete y baja la mirada.
No sabe cuántas veces en su vida intentó con todas sus fuerzas no echarse a llorar y a gritar que estaba harto de todo. Jamás le había resultado tan agotador fingir que era fuerte, que su alfa lo amaba y debería ser feliz por ello. En momentos así, la vida parece demasiado real, llena de responsabilidades y preocupaciones, problemas que no parecen tener solución, pero que de todos modos le dan miles de vueltas hasta envejecer.
—Ni siquiera intentes inventar cosas para que el doctor me regañe.
—No tengo que inventarlas —camina decidido y rápido hasta el consultorio. No podía más, tragarse todo lo que pensaba de él—. No trabajas, te gastas mi dinero y encima me reclamas de la comida que debo comer por dos, pero a ti no te importa —se detiene en la acera y encara a su esposo que le mira rabioso— y por eso mi anemia debe continuar, ¡pero a quien regañarán es a mí, porque se supone que soy el del problema, el maldito hormonal del problema!
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¡Hola gente preciosa!
Les dejo el capítulo, con las disculpas correspondientes por la falta de ortografía y demás. Gracias por sus estrellitas, lecturas y comentarios, los aprecio mucho <3
Espero que se encuentren bien <3