11| Allané propiedad privada

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Mi hermana llegó del trabajo a las seis de la mañana, yo no había podido pegar un ojo en toda la noche

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Mi hermana llegó del trabajo a las seis de la mañana, yo no había podido pegar un ojo en toda la noche. Escuché las llaves de la puerta principal tintinear en la oscuridad parcial de mi habitación como un recordatorio de que tenía que parpadear.

La luz de la lámpara de mi escritorio ya me estaba quemando las pupilas, y me dolía la muñeca de tanto dibujar. Me quedé como una estatua mientras veía su sombra atravesar la rendija de mi puerta entreabierta, en el silencio muerto de la madrugada la oí suspirar con cansancio, después de eso iba a dejar sus cosas en la mesa de la cocina para lanzarse directo a su cama.

Esa era su rutina.

No lo hizo. Me tensé con miedo de que se le ocurriera entrar de la nada a mi pieza, vuelta ahora un mar de papeles arrugados y hojas extendidas por el suelo.

«No puedo dejar que vea todo esto».

Apagué la luz, me levanté con cuidado de no hacer un ruido que pudiera delatarme y arrimé la puerta más nervioso de lo que pensé que estaría en una situación como esa. Mis dibujos estaban por todos lados, cada uno desde una perspectiva diferente, algunos a lápiz, otros rayados con tinta, tachados en algunas partes, pero llenos de detalles que podrían llegar a ser importantes.

Todos retratando el cadáver de Ezequiel con la garganta rajada, tirado en el piso del baño del colegio como un trapo.

Escuché pasos y la puerta principal cerrarse. Lorena se había ido otra vez.

«¿A esta hora? Cosa rara».

Mi hermana no solía romper su rutina por algo que no fueran mis cagadas y no creía que tuviera pareja, no después de lo que pasó con Fernando.

Me atacó un mareo apenas intente volver a dar un paso, estaba muy cansado y veía borrosas las cortinas que se movían por el frescor de la mañana. Me dejé caer en la cama de espaldas a la puerta con el crujido de los papeles a mi alrededor, tenía que ordenar todo ese desastre antes de que ella volviera y tratara de entrar a mi cuarto, pero por alguna razón mi cuerpo no siguió la orden de mi cabeza, a medida que todo se iluminaba.

La culpa me carcomió el pecho junto a suposiciones acerca de la violencia que rodeaba la muerte de Ezequiel, y proyectó la silueta de él a contraluz en mis sueños hasta mucho después de haberme quedado dormido.

Me vi a mi mismo cuando tenía doce años en un escenario idílico, llegando a la clase en primero de secundaria demasiado emocionado porque me sentía un nene grande. Me sentaba al lado el chico con la espalda dolorosamente recta, que trataba de esconder lo colorado de sus orejas en la rojez de su pelo debido a todos los que se reían y chiflaban atrás nuestro.

—Pss, pss.

—Colorado.

—Tiene hasta la piel rosa.

—E inflada.

—Como un chancho —rió otro.

—Fosforito, vení. —Bruno se hizo oír más fuerte que los demás, intercalando ruidos de animal entre cada palabra—. ¿Te podés levantar al menos?

YO NUNCA |BL|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora