30| Salí del clóset de cristal

285 32 61
                                    


Esa noche aproveché que Lorena trabajaba y dejé que Enzo se quedara en mi casa

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Esa noche aproveché que Lorena trabajaba y dejé que Enzo se quedara en mi casa. Ezequiel se había esfumado sin motivo y yo sabía que no iba a poder aguantar la soledad.

Trató de hacerme olvidar nuestra discusión con sus caricias sin que yo se lo pidiera, hasta que el intenso aroma de su sudor invadió la habitación, y los dos terminamos envueltos en las frazadas.

Sentía sus manos frías y pegajosas aferrarse a mis caderas. La luz de la calle, interrumpida por las sombras que creaban las gotas de lluvia, llenaba su pecho de un espiral de motas negras que se mezclaba con la serpiente tradicional tatuada en el centro de su esternón. Las líneas se movían, parecía que abría la boca con cada roce de mi cuerpo, a medida que su respiración se agitaba y esos ojos de musgo enrojecidos me observaban encendidos entre los párpados entrecerrados, como si quisiera devorarme entero.

Cómo me calentaba.

—Mi amor. —Enzo me rogaba. Guio mi mano a su cuello con la intención de que lo haga acabar, pero yo me concentraba en mi propio placer.

Fingí no escucharlo, acariciándole la mejilla, para después pegarle una fuerte cachetada que lo hizo gemir una vez más.

Tomé su barbilla, demasiado ocupado observando sus dientes grandes y blancos en su boca entreabierta, hinchada de tanto besarnos, rodeada de anillos de metal. Sus caninos tenían un reflejo filoso, chocaban con el piercing que atravesaba su lengua, y las encías rojas. Una gracia de la luz iluminaba en diagonal sus pupilas alargadas.

Permanecimos así hasta que se impacientó y cambiamos de posición. Me dio la vuelta, con una mano sobre mi nuca, bajó y lamió el espacio sensible de mi cuello, rozándome con los dientes, hasta desatar un intenso ardor que me recorrió entero.

—¿De quién sos?

Su rostro desapareció de mi campo de visión y el recuerdo del ataque todavía reciente me embargó. El sudor recorrió mi espalda, se convirtió en un frío incómodo, junto al nudo en mi garganta. Consumió mi deseo hasta que no quedó nada más que cenizas, el regusto amargo de la violencia y esa sensación pegajosa de manos heladas tocando mi cuerpo. Fue repulsivo, asqueroso, las lágrimas quemaron en mis ojos.

Para cuando terminamos yo había dejado de prestar atención.

Enzo apoyó su pecho en mi espalda, me abrazó murmurando cosas poco entendibles mientras yo trataba de contener las náuseas.

Apenas se acostó en mi cama hice un esfuerzo sobrehumano para levantarme al baño sin que se diera cuenta de que estaba mareado. Devolví la cena. Me encerré bajo el agua hirviendo tratando de quitarme la piel con la esponja, y me lancé en el sillón con toalla y todo. No tenía la energía para cambiarme.

Mis sueños siempre fueron un ambiente que podía ver con increíble claridad.

Encontré al cuervo, ya no trataba de arrancarme los ojos, solo se paraba en una rama alta a observar. El fantasma de Bruno, en cambio, volvió tratando de arrastrarme a la ciénaga una y otra vez. Su boca escupía agua, y sus manos deseaban alcanzarme, hasta que se detenía en la orilla y la figura se deformaba en una versión joven de mi madre.

YO NUNCA |BL|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora