34| Visité el limbo

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Lorena no mentía

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Lorena no mentía. Había vivido engañado desde que era un nene, como pasaba con el cuento de papá Noel o el ratón Pérez, salvo que en este caso la pequeña mentira piadosa se había convertido en un monstruo que trataba de cazarme en mis sueños.

Mi cabeza conjuraba ideas sin parar, una peor que la otra.

Nada le daba derecho a ocultarme mi propia identidad.

El sentimiento de culpa me consumía con lentitud. Era una babosa que se arrastraba por el interior de mi cráneo formando un espiral.

¿Qué haría Ezequiel en un momento como este? Lo esperé, necesitaba hablar con él, pero el asiento a mi lado se mantuvo vacío durante todo el viaje. Llegué a la terminal de ómnibus a las once del mediodía. Esperé casi tres horas en medio de un caos de personas a que apareciera mi tía, como siempre que hacíamos cada vez que yo venía a la ciudad, pero no pasó

Tuve que hacer uso de restos de recuerdos, mi imaginación y nula habilidad social para encontrar el departamento que mi padre me había indicado en un escueto mensaje de texto.

La Ciudad de Buenos Aires era otro nivel para mí, su majestuosidad me volvía insignificante. Tuve que aguantar desde la mirada despectiva que me lanzaban los guardias de la farmacia donde paré a comprar analgésicos para el dolor de cabeza, hasta el muchacho que me detuvo en medio de la calle para preguntarme si quería comprarle un par de medias. El resto de las personas caminaban como zombis en diferentes direcciones, la mayoría con auriculares en los oídos, o hablando entre ellas, pero nunca decían "buen día", "por favor", o pedían disculpas, ni siquiera cuando me chocaban accidentalmente.

El departamento de mi tía estaba vacío, abrí la puerta con la llave que había dejado abajo de la alfombra. Ella tenía unos horarios terribles trabajando como psicóloga forense, por lo que no me sorprendí cuando encontré la carta de ella en la que me decía que volvía durante la noche, un puñado de billetes encima de la mesada de la cocina y una caja de pizza del día anterior en el horno. Me la comí a modo de merienda, junto a una taza de té y otro analgésico.

Me senté en el sillón y observé el departamento. Era minúsculo con sus paredes grises y sin ningún adorno a la vista. El blanco de los muebles y las cortinas era inquietante. Me asfixiaba, tenía la sensación de que en cualquier momento esa blancura iba a rasgarse como una cortina para dejar entrar a la oscuridad que tanto temía. Prefería mil veces las manchas de humedad de mi casa llena de ventanas, por ahí al menos corría algo de viento. Aunque tuviera que enfrentarme a mi hermana.

Revisé el celular, no había ningún mensaje de ella.

—¿Mish, mish? —llamé al fantasma, necesitaba su consejo.

No hubo respuesta.

—Ezequiel más te vale que no te hayas escondido de mí —sentencié alzando un poco la voz.

Nada.

Me levanté de golpe, fui a buscar una manta a la habitación de mi tía y volví al sillón. No tenía idea de cómo funcionaba mi habilidad.

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⏰ Última actualización: Feb 14 ⏰

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