29| Le tuve miedo a los fantasmas

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Una vez que Julián estuvo sobrio creí que iba a olvidarse de su propuesta, pero lo habló con Aimé y yo acepté a espaldas de mi hermana

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Una vez que Julián estuvo sobrio creí que iba a olvidarse de su propuesta, pero lo habló con Aimé y yo acepté a espaldas de mi hermana. No sabía cuánto iba a durar el secreto, esperaba que lo suficiente como para reponer lo que había gastado. Algunas semanas después, descubrí que servía como distracción limpiar un lugar que no fuese la cueva oscura que tenía por cuarto.

Si no dormía de corrido, no le daba lugar a que ese cuervo se metiera en mis sueños. Era parecido a tapar el sol con una bola de espejos, porque la realidad sufría las consecuencias.

Naturalmente, consideré un efecto colateral tener que aguantar que el pendejo de Julián pusiera Shakira a las tres de la mañana, y cantara con el palo del secador a modo de micrófono en vez de usarlo como una persona normal. A la noche, cuando cerraba el almacén todo lo tenía que hacer yo, mientras él se distraía hasta con las moscas o se ponía a contarme por qué una marca de kétchup era mejor que otra.

—Eu, voy a comprar, ¿querés algo? —Enzo interrumpió mi siesta en el colegio enredando sus dedos en un rizo rebelde de mi cabello. Me estremecí y noté que había dormido durante toda la clase. Ya no quedaba nadie en el salón.

Olfatee su intenso perfume de lavanda sin abrir los ojos, me acerqué un poco más tomando su brazo como rehén para robarle algo de calor corporal y él trató de colar las manos frías por debajo de mi uniforme arrugado.

—No seas hijo de puta —bramé de un salto.

—Buen día para vos también, otaku mugroso, ¿me viste cara de almohada? —Sentí la sonrisa tentadora en sus labios mientras se acercaba a mi rostro y dejaba un tierno beso en la punta de mi nariz.

Agarré su ropa con impaciencia ante mi necesidad de saborear su bálsamo de labios, haciéndolo reír más. Al abrir los ojos noté el doloroso moretón violeta que adornaba su pómulo y la sangre acumulada en la parte blanca de su globo ocular.

Después del último incidente, Áureo había dejado de ser discreto al utilizar la violencia. Las marcas eran un símbolo de pertenencia que me producía una familiaridad enfermiza. Casi podía escuchar el recuerdo de mi padre gritando un domingo a la mañana que era el dueño de todo lo que había en la casa antes de reventar la taza de café contra la mesada y darle una cachetada a mi hermana.

Apreté los dientes, era como observar una película vieja que se repetía una y otra vez.

Enzo lo notó porque trató de esconderse entre su cabello más largo de lo que era habitual en él, y se deshizo de mi agarre con facilidad.

—Te dije que voy a comprar, ¿querés algo? —Su voz estaba matizada por un deje de culpa que me carcomió por dentro.

La desintoxicación le estaba tomando mucho más trabajo de lo que parecía a simple vista y ninguno de los rumores que circulaban sobre él se acercaban ni siquiera un poco a la realidad que vivíamos los dos. Cuando no dormía todo el día, su mirada se perdía en algún punto lejano por horas, tenía extraños episodios de euforia en los que se rascaba la piel como si la quisiera arrancar o terminaba vomitando en el baño. Yo solía tratarle las heridas y rara vez se movía de mi lado. Últimamente no lo veía consumir otra cosa que no fuese tabaco.

YO NUNCA |BL|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora