28| Me metí a un frigorífico

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Lorena me compartió el desayuno desabrido que le dieron y me juzgó con la mirada cuando le dije que no pensaba ir al colegio ese día para pasar tiempo con ella

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Lorena me compartió el desayuno desabrido que le dieron y me juzgó con la mirada cuando le dije que no pensaba ir al colegio ese día para pasar tiempo con ella.

En realidad estaba demasiado cansado para moverme un centímetro de más.

—No me voy a morir, no seas un exagerado —murmuró ella con los ojos entrecerrados por el dolor de cabeza, luego empezó con su sermón de siempre sobre que estaba mal que faltara al colegio porque sí, que estaba en mi último año y era importante para mi vida académica, que ella no faltaba al trabajo porque quisiera, solo cuando tenía que dar exámenes en la universidad y bla, bla, bla.

Sin embargo, no fui el único que pensó lo mismo porque Fernando volvió al mediodía después del trabajo, recién afeitado, oliendo a perfume de mujer y un aroma a quemado intenso. Llevaba borcegos y su ropa oscura tenía ligeras manchas de polvo y otras más oscuras. Se sentó junto a ella a ver la televisión con expresión neutra, ocupando más de la mitad de su cama.

Arrugué la nariz hacia Lorena:

«¿Por qué mierda sigue viniendo este chabón?»

Ella lo interpretó, y tras acurrucarse a su lado, me devolvió un gesto que claramente decía:

«No hagas preguntas boludas, Danilo».

Alcé una ceja.

«Al parecer yo no soy el único que no conoce la palabra soltar».

Ella me sacó el dedo medio.

Su ex novio, que estaba muy concentrado en la televisión como para notar nuestra lucha de miradas, soltó un bostezo rascándose la nuca.

—Cielo se la pasa preguntando por vos. —Era un hombre simple cuyos silencios decían más que su corto abanico de palabras. Eso no me consoló, era una amenaza abierta que yo no me molesté en tomar.

Me había comportado como un idiota con Cielo, sin embargo, no tenía tiempo para responder sus mensajes consolándola por su novio muerto. Había cosas más importantes que me preocupaban en ese momento, como por ejemplo la idea de que Lorena no iba a ir al trabajo durante algunos días y yo me había gastado todos los ahorros de emergencia de la casa en drogas.

Durante la tarde fui al estacionamiento a fumar tratando de pensar en un plan, pero consumí la caja de cigarrillos completa, y todavía no tenía ninguno.

Al volver a la habitación me encontré en el pasillo con un muchacho con un suéter tejido estrellándole una canasta de comestibles a Fernando.

—¡Dani, hermano! —Julián pasó un brazo sobre mis hombros y me señaló el pecho con la otra mano—. Che, mirá, ¿le podés explicar a este mono que yo no me quiero levantar a tu hermana? Aimé sí. —Guiñó un ojo al decir aquello.

—Rajá de acá con tus porquerías, Cazzani. —Trató de empujar la caja de vuelta, pero yo la agarré al vuelo mientras el hippie se echaba el pelo hacia atrás.

YO NUNCA |BL|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora