21| Sentí celos cuando no éramos nada

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A Ezequiel nunca le había gustado celebrar su cumpleaños

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A Ezequiel nunca le había gustado celebrar su cumpleaños.

Cuando éramos chicos, Neli, la señora que lo cuidaba, se empecinaba en celebrar una fiesta improvisada para los gemelos, sin que le importara que ambos cumplieran en días diferentes. Durante la primaria les hacía dos tortas, una para la casa y otra para llevar al colegio. Sin embargo, tarde o temprano como Enzo cumplía el primero de abril, por media hora de diferencia, y era el hermano revoltoso, siempre terminaba acaparando la atención de toda la clase. Parecía simpático el niño que usaba la gorra hacía atrás y camisetas de dinosaurios.

Desde la perspectiva de su gemelo la historia era otra.

Enzo se burlaba de Ezequiel cada vez que tenía la oportunidad, no paraba de hablar. Lo señalaba por tener un cuerpo diferente, y tarde o temprano todos lo imitaban. Transformaba su cumpleaños en un suplicio.

El día que lo conocí esa situación había escalado tanto que lo escuché llorando en el baño, al empujar la puerta vi que le habían ensuciado su suéter nuevo con el chocolate de un pedazo de torta.

Estábamos en primaria y llevaba zapatos de velcro.

Más tarde él se iba a enojar cuando le preguntara si no se sabía atar solo los cordones.

En esa época me caía mal porque si Enzo era el payaso revoltoso, Ezequiel era el mejor alumno que cualquier maestra pudiera querer. Buscaba su aprobación de forma irritante al terminar todas las tareas a tiempo, hablaba poco en clase, le dejaba flores en el escritorio, y siempre recibía sus felicitaciones con forma de caritas felices selladas en su cuaderno. No era raro que nosotros lo odiáramos por simple envidia.

Sin embargo, recuerdo que verlo llorar de frustración tratando de no hacer ruido hizo que algo se retorciera en mi interior, y terminé ofreciéndole mi jugo. Él no tenía la culpa de que su hermano le hiciera todas esas cosas.

Mi mamá me había enseñado a ser invisible, le conté a él lo que ella me decía para que ignorara las burlas que me hacían a mí: que los niños que hacían mucho ruido eran como maracas bonitas, pero vacías e inservibles, y que cuando fueran mayores Dios los iba a castigar.

El niño pecoso de ojos enormes se me había quedado mirando entonces.

—Tiene sentido. —Asintió limpiándose las lágrimas con la manga—. ¿Por eso vos nunca le respondés a la maestra?

—No, eso es porque vos siempre lo haces primero —murmuré molesto, le quité la cajita, pero ya se lo había tomado todo.

Eso le animó un poco, parecía orgulloso de sí mismo.

—Me gusta ser el primero.

—A mí también. —Encontré extraña mi voz, nunca lo había dicho tan alto, a mamá no le gustaban los engreídos.

Todavía recuerdo la manera en la que se irguió serio de repente y estiró la mano hacia mí, aunque tenía toda la cara roja.

—Soy Ezequiel, ¿cómo te llamás? —Resaltaba la cantidad de pecas sobre su nariz.

YO NUNCA |BL|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora