27| Creí en los cuentos de mamá

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Había un aura terrorífica en el rostro del señor Florencio. Por debajo de su gesto severo se arrastraba algo que me generaba rigidez en el cuerpo y la necesidad inexplicable de esconderme de su vista. En esos momentos se le escapaba un siseo venenoso en la furia con la que usaba las palabras, en la manera en la que movía las manos.

Las uñas afiladas de la bestia parecían a punto de rasgar la máscara de su disfraz.

Reconocí mi propio miedo en sus ojos helados, duros como una maza de hierro cuando levanté la mirada con su hijo temblando entre mis brazos.

Estaba más que claro que en ese colegio querían que nuestros sentimientos estuvieran abovedados para que actuáramos como autómatas sin criterio. Tanto que Enzo se alejó por voluntad propia como si quisiera evitar que las consecuencias me afectaran.

Caminó hacia su padre con la cabeza agachada. Apenas me di cuenta de que mi cara también estaba húmeda.

—Limpien este chiquero. —El director les ordenó a las porteras que se habían congregado alrededor tratando de dispersar a los alumnos, luego tomó a su hijo del brazo con una fuerza apenas controlada, cuando lo que quería en realidad era estrellarlo contra la pared.

—Él no tiene la culpa. —Me apresuré a decir—. Todo esto es culpa de ellos. Ellos hicieron esto, lo están molestando.

No sonó como mi voz, fue antinatural, mecánico.

Se detuvo y sus ojos se enfocaron en mí por un segundo que se sintió como una eternidad.

—¿Ellos? —No era la primera vez que oía ese amargo tono de burla. El parecido que tenía con Ezequiel me hizo sentir un bloque de concreto en el estómago.

Chasqueó los dientes hacia Meluen.

—Llevá a Rodríguez a tu oficina, voy a ir apenas termine con él.

Mis pensamientos no dejaron de zumbar de manera que la espera en solitario me resultó peor que el castigo mismo.

Traté de pensar en otra cosa que no fuera ese presente inexacto, y mi atención cayó en uno de los cuadros que decoraban la oficina de la profesora. Recordé momentáneamente la voz de mi madre durante las noches en las que las tormentas no me dejaban dormir, susurrando esos cuentos que sabía que no le podía contar a nadie más.

"Había una vez un joven dios, era el dios del fuego y los relámpagos. Su trabajo era proteger a su hermano gemelo, el dios del sol, de las criaturas del Inframundo, lo hacía excelente porque también era un maestro de la transformación, el mejor de todos.

A pesar de eso los otros dioses no lo apreciaban, lo creían un monstruo, y un día le dijeron que debía sacrificarse por el bien de su protegido, pero él tenía otros planes. Se escapó, escondiéndose por el mundo a veces como una planta, otras como animales de todos los tipos imaginables.

Así olvidó cuál era su forma original, perdió su cuerpo.

Hasta que un día su hermano lo encontró, reconoció su desesperación y tomó la más difícil de las decisiones."

—Lo sacrificó. —Me sabía el cuento de memoria.

—Lo liberó de su sufrimiento —decía ella, con tristeza—. Desde entonces se dice que la lluvia y los relámpagos son su manera de agradecerle la piedad que tuvo con su monstruoso corazón.

—¿Te gusta? —La pregunta me sobresaltó.

Meluen se frotaba las manos, no la había escuchado entrar. Me centré en los oscuros tatuajes que resaltaban en la piel morena de sus dedos. Líneas que se transformaban en espirales, estrellas, y algo que parecía una media luna.

YO NUNCA |BL|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora