Capítulo 22 SOBRE EL HIELO

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Sofía estaba muy, muy emocionada. Había llegado esa época del año en la que su tío la llevaba a ver El Festival de las Princesa, un espectáculo musical sobre hielo en el que cual, trece bailarinas, vestidas como estas mágicas princesas, cantaban y bailaban ante un público que se alegraba con cada acto.

Leonardo conseguía los boletos gracias a que su jefe tenía un palco especial en el auditorio y solía prestárselo.

El problema es que ese año, el castigo de Susana complicaba esa tradición, pero Leonardo no se daría por vencido.

—Por favor, sabes que a ella le encanta esto y no la quiero defraudar—dijo Leonardo en una llamada.

—Pero ya viste cómo se portó en la escuela—respondió su hermana—. No sería justo premiarla después de eso.

—Ya dijo que no volverá a pasar.

Susana quería ser estricta y ponerle límites a su hija, pero mientras Leonardo fuera tan consentidor, Sofía nunca aprendería una lección.

—¿Te he dicho que eres mi hermana favorita?

—Soy la única, tonto.

Al final, a Susana no le quedó más remedio que aceptar. Por lo cual, el siguiente jueves, Leonardo pasó por su sobrina a la escuela y le entregó una caja en la que guardaba un vestido de princesa muy hermoso, acompañado por una tiara y una varita.

—Vámonos.

Pero antes de llegar al auditorio sorprendieron a Ally, quien junto con su hermana, hacía las tareas de su hogar, acomodaban la ropa, limpiaban la bodega y arreglaban la cocina. Cuando escuchó el claxon del auto de Leonardo salió y encontró a su novio recargado en el auto, sosteniendo tres boletos como si fueran uno de esos abanicos chinos.

—¿Tienes planes?

Ally se sorprendió y enarcó una gran sonrisa al ver a Sofía asomándose con su atuendo de princesa encantadora.

—¿Por qué no te vistes de princesa encantadora?

Ally no lo pensó dos veces y se puso su vestido de la Princesa Anna y bajó las escaleras con esa fina gracia que a Leonardo sólo provocaba amarla más.

Le tendió la mano para ayudarla a bajar, la levantó por la cintura y le dio una vuelta en el aire, sus miradas no se podían concentrar en nada más, eran sólo ellos dos en un mundo que no comprendía para nada el amor que sentían uno por el otro.

No pudieron evitar darse un beso, o eso hubieran hecho si Sofía no se hubiera entrometido.

—Tío, se nos hace tarde.

Con algo de dificultad, Ally consiguió que su vestido entrara en el auto y arrancaron directo al teatro.

No tuvieron problemas en el camino, al menos hasta que entraron al estacionamiento y avanzaron entre las familias y cientos de niñas felices que se morían de ganar por ver el espectáculo.

Quedaron algo alejados de la entrada, por eso, mientras se dirigían a la taquilla, muchas fueron las niñas que se quedaron asombradas ante la presencia de la Princesa Anna.

No fueron pocas las que corrieron con Ally para tomarse una fotografía a su lado; en su inocente imaginación, las pequeñas creían que era la misma princesa que veían en esa película animada y ella no quiso romperles la ilusión.

A cada una les brillaba los ojos después de darle un abrazo a Ally, eso hizo que Leonardo sintiera aún más amor por ella. Era distinto lo que sentía por su novio, no era hermosa por su físico o su ternura, sino por su encanto.

Era única en el mundo.

Pasaron al teatro y antes de dar un paso, un guardia los detuvo.

—Lo siento, sólo menores de 10 años pueden entrar disfrazados.

—Ah... mire...—Leonardo se fijó el la placa del oficial—. Miguel, no quiero parecer prepotente, pero...—le mostró el código del palco privado en los boletos.

El oficial entonces pasó por alto la norma.

—¿Qué acaba de pasar?

—Digamos que usé mis polvos de hada madrina.

Una de las representantes de la empresa, una chica con un traje rojo y una coleta en el cabello, con sonrisa amable y una postura que combinaba con su importante puesto, los saludó y los condujo entre la multitud hasta unas escaleras exclusiva. Subieron a los palcos, aquella sección que Leonardo y Sofía conocían muy bien. Un bello espacio de luz tenue y varios sillones cómodos, alejados del escandalo y la incomodidad que parecían tener el resto de los asistentes.

—¿Gustan algo?

La muchacha les pasó la carta en donde se leían los nombres de todo tipo de bebidas y bocadillos que podían pedir.

—¡Palomitas!—exclamó Sofía.

—Empezamos con eso. Un par de refrescos, quiero unos nachos, una pizza y un par de margaritas, la mía de limón y... ¿quieres una, mi amor?

Ally se estremeció por esas palabras, luego regresó a la realidad.

—Ah, sí, claro—respondió.

Frente a sus asientos tenían una enorme ventana que les permitía apreciar cada rincón del imponente escenario. Leonardo aún recordaba el día de la inauguración ya que su compañía lo diseño; fue uno de los proyectos más complicados, a la vez, era uno de los que más satisfacción le daban.

Las luces se apagaron y los reflectores empañaron una pista de hielo. Cuando la música inició, un grupo de patinadoras vestidas de princesas aparecieron haciendo piruetas al ritmo de las melodías, mientras eran acompañadas por sujetos con pesador disfraces de animales.

Por las siguientes dos horas, Sofía y Ally fueron las más felices, en cambio, Leonardo se conformó con ver a su novia así de alegre. Decía un viejo poema "la sonrisa del amor es aquella que te hace ver la realidad de una fantasía"

Ese día, comprendió muy bien esas palabras.

Al terminar, la gente aplaudió con júbilo y salieron del teatro entre el mar de personas. Sofía se quedó dormida en el camino de vuelta a su casa.

—Con todo el azúcar que trae en la sangre, me sorprende que no esté despierta hasta navidad—dijo Leonardo.

Ally le echó un vistazo a la niña, lucía tan dulce.

—Se ve que la quieres mucho.

—Es de las pocas mujeres que no desean verme muerto—el chiste no le hizo mucha gracia a Ally—. Lo siento.

Pero lo perdonó, ya que en él encontró algo que nadie más hizo, ese lado tierno y lindo que Leonardo dejó en el pasado volvió a él.

Ella logró cruzar esa barrera que su novio levantó con el tiempo, lo tomó de la mano y le dio una sonrisa bella y brillante.

Sin duda, fue una gran noche para todos.

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