Capítulo 8: CASTIGO.

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Leonardo estaba a punto de salir de su departamento, no le entusiasmaba mucho la idea de tener que ser un dragón de nuevo pero el tiempo con Ally hacía que valiera la pena.

Antes de que cruzara la puerta, sonó su celular, era su jefe.

—¿Todo bien, señor Ortega?—le preguntó Leonardo.

—Muchacho, necesito que vengas a la oficina.

—¿Ocurre algo?

—Hay que discutir algo sobre el proyecto y te necesitamos.

Esas juntas de improviso eran normales en la vida de Leonardo, el cliente quería revisar algo y él iba con su jefe para explicar mejor el trabajo, no solían ser un inconveniente para él (ni siquiera cuando interrumpían su vida social), sin embargo, aquella ocasión era distinta.

—¿Tiene qué ser ahora?

Al señor Ortega le parecía extraña la respuesta de Leonardo, él jamás se negaba y reaccionaba de esa forma.

Pensó en buscar una excusa que lo zafara de aquello, pero por otro lado, era su empleo el que corría riesgo, no podía dejarlos plantados por algo como aquello.

—De acuerdo. Voy para allá.

Mientras se dirigía a su oficina, trató de comunicarse con Ally, no respondía su celular, incluso le dejó un mensaje esperando que le respondiera de inmediato, pero nada pasó.

Subió hasta la sala de juntas, su jefe y los inversionistas españoles lo esperaban.

—Buenos días, lamento el retraso—se disculpó mientras tomaba asiento.

En medio de la mesa estaba la maqueta que Leonardo presentó un par de días antes, seguramente querían comentarle un par de ideas que tenían en mente para el edificio, no era la primera vez, así que hizo lo posible para apurarse y llegar a tiempo con Ally.

Sus clientes hablaron acerca del diseño y compartieron comentarios sobre ella, empezaron hablando y Leonardo tuvo que apurarse a hablar del tema; la junta se alargó un poco más de lo esperado, cada cierto tiempo procuraba revisar el reloj.

—De acuerdo muchacho, sin duda, se ve que tienes todo controlado—le dijo el cliente.

—Sólo es cuestión de práctica—contestó.

—Esperamos verlos el próximo martes para ir viendo lo de los materiales—añadió su jefe.

El señor Ortega puso a Leonardo al tanto de los avances del proyecto, los permisos ya estaban en trámite y los equipos estaban listos para empezar con el trabajo.

—Sin duda, los españoles siguen interesados en ti—su jefe se sentó delante de su escritorio.

—Eso creo—dijo Leonardo casi sin emoción, como si no le importara.

Leonardo estaba a punto de irse, pero el señor Ortega lo detuvo.

—Necesito que vengas conmigo y revisemos el terreno.

—¿Ahora?—preguntó, sorprendido.

—Por supuesto.

No había excusa suficientemente fuerte para evitarlo, así que terminó aceptando.

Subió al auto del señor Ortega y mientras él se ponía a hablar de varias cosas, Leonardo de nuevo intentó comunicarse con Ally, no tuvo suerte.

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