1. Libre

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Siento pequeños golpes en la cara, y una voz que me habla. Como si estuviera soñando.

— Ey, ey, despertate — me dice esa voz. Siento su mano en mi barbilla.

Cuando abro los ojos lo tengo de frente, esos ojos azules envueltos en rabia, dolor y oscuridad, mucha oscuridad.

— No me pudiste dejar tranquilo, ¿si o que? ¿Por qué no dejaste el pasado atrás? — pregunta en susurros.

Tras vario segundos, reacciono, de una manera brusca. Clavo mis ojos a los suyos, con la misma rabia.

— Porque vos me jodiste la vida — susurro. Con la respiración entre cortada.
Verlo en ese estado me produce pánico, miedo, algo que pensé que nunca más sentiría.

— ¿Sabes que es lo que más me duele? Que me usaste, que jugaste conmigo, y yo caí como un imbécil — me dice.

Cuando me doy cuenta ya no me tiene agarrada, pero su mirada sigue puesta en mí. Mi ojos bajan a la botella que tiene en su mano derecha, que está casi vacía. Lo que me hace pensar que se la tomó toda, y eso me da una posibilidad de poder salir de acá.

— Todo esto es culpa tuya — se sienta a mi lado, inclinado su cabeza hacia atrás, tal y como yo estoy. Solo que a mí me tiene atada, como si fuera un perro.

— ¿Culpa mía? — susurro, medio ofendida. — Vos me engañaste a mi primero, yo era una niña Charly — giro mi cabeza buscando su mirada.

— Es por vos que estamos en esta situación — dice, más calmado. Sus ojos ya no expresan rabia, pero sí dolor después de decir esa frase.

— ¿Ah, sí? ¿Qué situación? — pregunto, subiendo mi tono.

— Si fuera por mí, estaríamos en otra cosa... — susurra, acercándose más a mí. Siento su aliento cálido, y un olor horrible a alcohol que me hace alejarme lentamente.

— ¿Y qué te hace pensar que yo estaría en otra cosa con vos? — grito. Esta vez no le tengo puesta la mirada, me siento agobiada y tengo mucho miedo, miedo de que pierda el control.

— Porque vos estás obsesionada conmigo, y se que, si no tuvieras esa maldita venganza en tu cabeza, no estaríamos así— dice, se ha alterado un poco.

— Charly.... ya, soltame — digo, con rabia.
Mis ojos empiezan a aguarse, pero no quiero llorar, no delante de él.

— No te voy a soltar — giro mi cabeza para mirarlo.

— ¿Qué me vas a hacer? — pregunto, con un hilo de voz.

— Si hacés lo que te digo, no te va a pasar absolutamente nada — me contesta, más calmado. Por el tono que me ha puesto, parece sincero.

— ¿Que querés que haga? — susurro. Tras no obtener respuesta insisto. — Decime — suplico.

— ¡Callate la jeta! — me grita. — No podemos quedarnos acá por mucho tiempo — me dice, observando la grande cristalera que tenemos al lado.

— Yo no me muevo de acá — le advierto.

— ¿Te querés morir? — me amenaza.

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