Rebeca

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–¡Hola! Si te acuerdas de mi ¿verdad?– dijo dirigiéndose a mi con una sonrisa. Su voz era suave como una melodía casi inaudible que embellecía mis oídos.

–Mmm la verdad no,– mentí - perdóname no se me dan mucho las caras– sabía que empezaba a ruborizarme, mi corazón empezó a latir más rápido de lo normal, tanto que parecía que iba a salirse de mi pecho y mis amigas me observaban desconcertadas.

–De el Bar House 27, hace como dos semanas.

–¡Ahhh si!–Exclamé nerviosa mirando sus ojos azules que contrastaban perfectamente con su monumental cabello. Involuntariamente dejó escapar una sonrisa nerviosa y no supe que más decir, tragué de golpe al notar que los pies se me habían clavado al suelo.

–Me llamo Rebeca,– dijo ella con paciencia–perdón por acercarme así de la nada pero sinceramente pensé que no te iba a volver a ver y... no sé, se me parece una coincidencia muy grande verte aquí en este campus, ¿Cómo te llamas?

–Ehh... Alessia–articulé nerviosamente.

–Alessia quería saber si te gustaría salir un día de estos y...–mi mente comenzó a divagar perdiéndome en aquel rostro de porcelana, un destello de luz se posaba sobre gran parte de su rostro iluminando sus ojos que acababan de hipnotizarme. Rebeca cruzo los brazos sobre su pecho y continuó hablando, pronto me di cuenta que había perdido el hilo de la conversación mientras observaba a aquella mujer gesticular con los brazos.

–Si, me encantaría- Interrumpí decidida a poner término a esa conversación- Solo que este fin de semana viene mi novio de visita y no podría, pero pásame tu número Rebeca.

–...Si, claro.– contestó un poco confundida. Quien sabe qué rayos estaba diciendo antes de que la interrumpiera. Frunció el ceño y sacó un pedazo de papel y una pluma de su bolso, anotó su numero rápidamente. Nos despedimos y por unos minutos mis amigas estuvieron en silencio mientras nos aproximábamos a nuestro salón de clases. 

Estaba abrumada, por una parte sentía que me había sacado un décimo de lotería, Rebeca había aparecido quizás para hacer realidad mis ilusiones, muchas veces el destino está a la vuelta de la esquina y el simple hecho de pensar en eso me llenaba de esperanza pero sabía que era absurdo y que me conduciría a la desgracia, vería mi vida desmoronarse progresivamente.

–Qué incómodo ¿no?– Dije con una punzada de temor en la voz tratando de cubrir mi nerviosismo.

–Si Alessia ¿pues qué pasó? Es la mujer del baño ¿no? La que te ayudó a vomitar–Preguntó Ania con voz acusadora.

–Si, si es. La verdad es que ya no me acordaba de ella.

–¿Pero por qué te pusiste tan nerviosa cuando la viste?– Me preguntó Sabina

–¡Porque me moría de pena Sabina!– Noté que la ropa se me pegaba a la piel  y una película de sudor afloraba mi frente. 

–Y aún así te invitó a salir.

–¿Pero creen que haya sido en plan salir... como algo más?

–No, no creo– Contesté rápidamente sujetando mis manos bajo la mesa para ocultar su temblor.

–Claro que si, se ve que le gustaste– dijo entre risas Sabina jugando con un mechón de cabello rubio. En ese momento quería asesinarla. Muchas veces Sabina era una verdadera molestia, se sabía hermosa y había construido un autoestima que rozaba los cielos, era ambiciosa y capaz de hacer cualquier cosa para hundirte con el afán de alimentar su ego.

Me instalé en la mesa que solía sentarme con frecuencia en el salón de clases, Ania y Sabina se sentaron en los lugares contiguos. Al llegar, la sala estaba todavía desierta y al pasar de los minutos se fue llenando de alumnos. La siguiente media hora la pasé en un trance. Escuchaba el eco del profesor incesante perdiéndose en la sala y observaba el reloj de la pared agotando los minutos que restaban para que finalizara la clase. Cerré los ojos un instante y recordé una imagen: Rebeca acercándose a mi minutos antes y sin darme cuenta sonreía.

–Estás pensando en la chica del bar–dijo Sabina entre risas interrumpiendo mi pensamiento.

–No seas tonta– Contesté de inmediato con un tono reacio– Eric viene mañana, estoy pensando en él.– Sabina comprendió en el acto a que me refería.

–Se exactamente en que estás pensando– Añadió Ania con una sonrisa juguetona y maliciosa como si estuviera develando un secreto. Por otro lado Sabina me miró con unos ojos penetrantes y acusadores, se enderezó sobre su asiento y no volvió a decir una palabra hasta que terminó la clase.

Al salir me encaminé hacia mi departamento, dejando el bullicio y el gentío de la escuela a mi espalda. Necesitaba distraerme. Una luz cálida descendía sobre la ciudad y el destello del sol se reflejaba sobre los ventanales de los locales y las casas tiñéndolos de dorado. El trayecto que recorría cada día saliendo de clases era la mejor parte de mis días, esos veinte minutos los dedicaba solamente a mi. Eché a andar mientras se desvanecían mis pensamientos. Las calles tendían corredores de faroles, salones de baile y locales que se daban de codazos en ambas aceras los cuales permanecían abiertos hasta el alba y personas de toda clase se mezclaban para beber en los bares hasta el amanecer. Me pasé por una tienda de artículos de decoración para el hogar, había tomado dinero de mis ahorros para comprar cojines, adornos y una manta para la sala con la intención de que Eric viera bonito mi departamento.

La calle donde vivía estaba situada cuesta arriba, había que cruzar el puente viejo de los Orfebres para llegar. Vivía en un pequeño piso de la calle Sprone, junto a la plaza de la iglesia. El piso estaba situado justo encima de una cafetería. Mis papás pagaban mi renta para que yo pudiera concentrarme en mis estudios.

Después de haber hecho las tareas domésticas prendí una vela de jazmín y me dirigí a mi cuarto, me miré al espejo y dibujé una sonrisa en mi rostro, a mi pesar pronto se me llenaron los ojos de lágrimas, apagué la luz de la mesita y me quedé dormida.

Me desperté con un sentimiento amargo, deambulé hasta cocina, me preparé un café y me senté en el comedor. Minutos más tarde prendí la televisión en el canal de noticias, no hay nada mejor que ver los problemas de los demás para olvidar los propios. En el transcurso de la mañana me fui poniendo gradualmente nerviosa, Eric me había dicho que llegaría a la una de la tarde y no aparecía, tampoco contestaba mis llamadas ni leía mis mensajes. A la 2:40 sonó el timbre de mi casa y me apresuré a abrir la puerta.

–Yo también te extrañaba– dijo de pronto al ver mi cara desencajada.

–Pensé que te habías olvidado de mi.–Negó. Me miró a los ojos con cierta tristeza rara que no pertenecían a el. Lo miré extrañada sin entender lo que pasaba. Se veía tan guapo como siempre o incluso más, sus ojos verdes me taladraban, una sonrisa iluminó su rostro y solté un suspiro. Para entonces toda confusión que llegué a sentir había desaparecido. Recordé la razón por la que estoy con el. Me acerqué con una sonrisa a abrazarlo y me interrumpió sacando una mano de su espalda que sostenía un ramo de 6 rosas muy frondosas de pétalos color rojo, sus tallos eran largos, parecían recién cortadas.

–Perdón por llegar tarde amor pero no quise parar hasta encontrar una florería abierta.–Me entregó las flores y sin dejar de sonreír me acerqué a sus labios y le di un beso. Eric no traía más equipaje que una pequeña maleta, me ofreció su manó y caminamos juntos hasta la sala sin despegar los labios.

–No quiero volver a Manarola.

–Puedes quedarte aquí si quieres, no quiero estar sola.

Durante todo el día me sentí enamorada otra vez y me olvidé de todo a mi alrededor, me sentía completa con él.

Al llegar la noche  Eric estaba loco por poseerme, empezamos con unos besos y de un momento a otro ya nos habíamos quitado la ropa, poco a poco me fui sintiendo incómoda y no dejaba de pensar en cosas que nunca antes habían pasado por mi mente, notaba a Eric muy agresivo conmigo, se me antojaba desesperado, me besaba y tocaba bruscamente, estaba tendida en la cama y el sobre mi, me jalaba con fuerza  y notaba en su rostro una mirada agresiva que me daba miedo, empecé a jadear intentando separarlo de mi.

-¿ERIC QUÉ HACES?- Le grité. Eric sin mirarme a los ojos me tomó del brazo con fuerza, me levantó y me puso boca abajo, me tomó del cuello. -¡Ya Eric, detente!- Al decir eso Eric apretó con más fuerza mi cuello inmovilizándome y casi sin poder respirar. Nunca me había sentido tan incómoda, cuando terminó sentía nauseas, me vestí temblando y me acosté dándole la espalda. No lograba entender lo que acababa de pasar, limpié mi cara empapada y después de una media hora me quedé dormida.

Toda la alegría que había sentido se había consumido en el acto.

Mar de Agua VerdeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora