Capítulo 16

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Desde afuera escucho todos los insultos que está diciendo la bestia dentro de su oficina

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Desde afuera escucho todos los insultos que está diciendo la bestia dentro de su oficina. Tengo rato con la mano sobre la manilla de la puerta, simplemente no me atrevo a girarla.

—Niña, un permiso, por favor —dice el doctor, llegando hacia mí con un botiquín. Niego con la cabeza.

—Permítame ese botiquín, doctor. Yo lo curaré —declaro y el hombre frunce el ceño.

—Soy el doctor, yo lo hago —determina. Muerdo el interior de mi mejilla para calmarme.

—Lo sé, pero quiero hacerlo yo —insisto.

El hombre suspira, mira al techo y luego asiente, entregándome el botiquín.

—Si me llego a meter en problemas, iré a buscarte —advierte, pero su amenaza no me asusta, me divierte.

Obviamente no río. Ya con el botiquín en la mano, me atrevo a mover la manilla y entrar.

—¡No quiero ver a nadie! —grita furioso.

Está de espaldas a mí, se ha quitado la camisa y puedo ver su espalda bien trabajada, brillar con los rayos de sol que entran por la ventana que tiene la cortina corrida.

—Soy yo, bête —susurro.

De inmediato se gira, me observa de cabeza a pies y luego sube de nuevo a mi rostro.

—¿Qué haces aquí? —espeta malhumorado. Paso saliva.

Creo que me he metido en más problemas estas últimas dos semanas que en toda mi vida. No salgo de un problema para entrar en otro. Y cuando se supone que este sitio me ayudaría para no tenerlos más, lo conozco a él y todo se va a la mierda.

La bestia es el problema más grande en el que me he metido en mi vida.

Cada momento a su lado es un problema. Es una bomba de tiempo que solo espera estallar.

Y aunque guerra avisada no mata soldado, y ya yo sabía desde que lo conocí que no debía involucrarme de ninguna manera con él, soy una pésima soldada y aquí me encuentro, ignorando que una guerra se va a desatar pronto por estar aquí, con él, queriendo cuidarlo.

Soy una estúpida.

—Vengo a cuidarte —digo y levanto el botiquín para enfatizar mis palabras.

—No quiero. Vete —ordena.

Tomo una respiración profunda y dejo el botiquín en el suelo. Él no pierde de vista mis movimientos. Al tener las manos libres, comienzo a desnudarme.

—No, Jessica —decreta. Arrugo el rostro realmente dolida por sus palabras.

—Es una regla —le recuerdo en un susurro.

Sigo desnudándome, liberando por completo mi torso y quedando frente a él, desnuda de cintura para arriba.

—He roto más reglas desde que te conozco que en toda mi vida. ¡Sigo mejor las reglas de otros que las mías mismas, joder! —chilla, alzando las manos al cielo.

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