Capítulo 33

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Subo a la camioneta y arranco poco después de él hacerlo y de que mi corazón deje de latir tan deprisa

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Subo a la camioneta y arranco poco después de él hacerlo y de que mi corazón deje de latir tan deprisa.

Jamás me he planteado la posibilidad de que Adam muera en una pelea, pero ahora que está tan cerca y palpable esa opción, me muero de miedo. No puedo perderlo.

Sí, puede que ya no lo ame, pero no puedo estar en un mundo, en una dimensión en la que él ya no esté. Es decir, siempre será la persona que más he amado en mi vida. ¿Cómo eso puede ser fácil de superar?

Lo que más me preocupa es que lo que le dije a las chicas es cierto... Creo que estoy empezando a sentir cosas por la bestia que era lo que sentía por Adam. Y tampoco puedo permitirme eso. Él siempre será la bestia.

Ni siquiera pudo admitir si me quiere o no, porque sin duda alguna, llevó su confesión a lo sexual. Aunque eso, por supuesto, me dio un orgasmo desgarrador. Sacudo la cabeza y dejo de pensarlo cuando el celular de Ludmila comienza a sonar en el asiento del copiloto. Lo cojo y dice que es un número desconocido, por lo que lo dejo sonar, pero insiste, así que al detenerme en un semáforo, acepto la llamada.

—Aló —digo y escucho un suspiro de alivio del otro lado. Arrugo el rostro y veo hacia arriba para observar el semáforo y estar pendiente de cuando cambie.

—Féroce —susurra y de pronto olvido cómo respirar.

Salgo del trance que su voz crea en mi sistema al escuchar un pito de carro detrás de mí. Veo hacia arriba y confirmo que ya ha cambiado de color.

—Bête —respondo también en un susurro.

—¿Dónde estás? —replica. Suspiro y cruzo para detenerme frente a un restaurante.

—Por ahí. —Muerdo mi labio inferior con nerviosismo.

—Esa no es una respuesta, preciosa. Y es una orden el que me respondas dónde coño estás —zanja.

Se me escapa el aire de los pulmones. ¿En qué momento el que me ordene y me hable de esa manera, empezó a gustarme tanto?

—Bestia, no es un buen momento —reconozco y lo escucho gruñir.

—Ya me han contado que el imbécil de Russell llegó solo hecho un diablo a tu casa. ¿Dónde estás? —repite. Malditas chismosas.

—Si llegó solo es porque no quiero verlo. Ni a él ni a nadie —añado antes de que insista.

—Me importa una mierda si no quieres ver a nadie. Yo no soy nadie, así que dime dónde putas estás metida que iré por ti. —Listo, ya estoy hecha un maldito lago.

Maldita bestia estúpida y sexosa que me gusta tanto.

—Tengo auto —digo porque no sé qué más decir después de eso.

Ahora solo quiero que venga, me castigue con esas torturas perfectas que siempre aplica y luego me folle tan duro que se me haga imposible caminar mañana sin recordar que lo tuve dentro de mí.

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