Capítulo 39

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Narra Jessica

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Narra Jessica.

Dejo de hablar con el presidente y las chicas cuando la puerta de mi habitación es abierta y Eric entra todo magullado y manchado de sangre. Ni siquiera tiene un ojo abierto.

—Señor, déjese atender —dice una enfermera, entrando con él. La bestia gruñe y se suelta del agarre de la mujer en su brazo.

—Déjeme en paz —sisea sin alzar de más la voz.

—¿Qué pasó? —cuestiono.

La bestia no responde, simplemente camina a pasos apresurados hasta llegar a la camilla donde estoy. El presidente se hace a un lado y la bestia toma mi rostro entre sus manos para luego posar sus labios contra los míos. Lo beso con suavidad porque está todo magullado. Incluso sabe a sangre, pero no me importa. Acaricio su cabello cuando separa nuestros labios, pero mantiene su frente pegada a la mía.

—¿Qué pasó, bête? —insisto en un susurro.

—Está pagada, preciosa. Ya está pagada —susurra varias veces.

Me pongo rígida, pero rápidamente siento mi cuerpo temblar.

—¿De qué estás hablando? —replico, no queriendo entender sus palabras anteriores. La bestia se endereza, sujetando la mano que yo tenía sobre su cabello.

—He pagado la deuda de Adam.

Cierro los ojos, sintiendo las lágrimas aglomerarse.

—¡¿Te has vuelto loco?! —espeto al irse el miedo e instalarse la rabia. Me mira confundido—. ¡Pudiste haber muerto, joder! —chillo, fuera de mí. Toso un poco por forzarme, pero se me pasa rápido.

—Pero no pasó. Estoy vivo y la deuda está saldada —zanja.

—¿Qué deuda?

Abro los ojos ante la pregunta del presidente. He olvidado por completo que había más personas en la habitación.

—¿Vas a decirle la verdad? —me reta Eric. Niego con la cabeza y él gruñe.

—Sí, quiero la verdad. Exijo la verdad —dice ahora el presidente. Saboreo mis labios.

—Que su hijo.

—Eric, no —advierto.

No voy a dañar la imagen que el presidente tiene de su hijo. La bestia me mira furioso. Incluso con un solo ojo, intimida.

Adam no merece esto. No merece que su padre conozca la verdad de su vida secreta porque no importa. Fue un gran hijo, una gran persona, no merece ser recordado por lo malo que pudo llegar a hacer, sino por todo lo bueno que hizo.

La maldita bestia estúpida no puede entender eso, pero haré que lo haga. No puede simplemente venir y soltar eso delante del presidente.

—Mi hijo, ¿qué? —replica el presidente y suena molesto.

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