Capítulo 18

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Sábado

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Sábado.

Ya hoy es sábado y resulta que el castigo de Amelia el miércoles me libró de recibir más castigos, puesto que pasé miércoles, jueves y viernes en enfermería. Que, por supuesto, no es como que estaba de mejor manera ahí que con los castigos. La temperatura me subía a cada rato y tuve riesgo de convulsionar o algo peor por sobrepasar los cuarenta grados de fiebre, pero nada de eso pasó, afortunadamente.

Hoy estoy de nuevo en mi celda, pero no me ha castigado por no pararme en la puta pared porque ya mañana Adam viene y no creo que le haga gracia ver a su futura esposa toda magullada por culpa de Amelia.

Son las cinco de la tarde y las chicas están metidas en la cocina, preparando la cena, yo no. Tengo órdenes del doctor de estar en reposo, así que eso hago. No quiero estar indispuesta mañana. Quiero ver si puedo resolver las cosas con Adam.

Cada vez que pienso en él, sigo teniendo miedo de que vuelva a querer forzarme, pero tampoco quiero tirar dos años a la borda por ese solo resbalón. Aunque si eso no fuese suficiente, solo debo recordar ciertos ojos color sol para saber que no estoy haciendo lo correcto con «él».

Mi corazón me alerta que ya no siento lo mismo.

Mis ojos me revelan el hecho de que no lo veo igual.

Mi mente me recalca que ya no lo pienso como antes.

Mi cuerpo... Mi cuerpo me grita que ya no lo extraña.

Suspiro e intento dormir, pero cuando me giro hacia un lado, me veo pegada contra la pared, con mis piernas enrolladas en la cintura de la bestia y su polla taladrando mi interior. Me veo susurrando su apodo repetidas veces mientras llegaba al orgasmo.

¡Joder, esto no está funcionando!

No sé en qué momento me quedé dormida, pero despierto por Sophie, moviéndome. Parpadeo y la miro.

—Está lista la cena, Jessica —me avisa y yo sonrío.

Salgo de la cama con facilidad, ya que ella me ha cedido la de abajo porque con ambos pies malos, pues, era difícil. Camino con ella hasta nuestra mesa habitual en la que solo está Ludmila esperándonos. Al final de cuentas, solo ellas dos permanecieron conmigo hasta el final.

—Voy a extrañarlas —confieso a mitad de la comida. Ambas se miran entre sí—. ¿Cuándo cumplen su condena? Vendré personalmente a buscarlas para llevarlas a bebernos todo un bar entero —bromeo para dejar de lado mi sentimentalismo anterior.

—Yo salgo en un mes y tres semanas —anuncia con alegría Sophie. Chocamos los vasos de plástico con agua para celebrar eso.

—Yo no creo salir nunca. De seguro en algún momento me vuelvo parte de los empleados y terminaré muriendo aquí —dice Ludmila y toda la emoción que teníamos, se esfuma.

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