Capítulo 32

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Cuando llego al viejo bar que está cerca del lugar donde Adam solía boxear, observo todo a mi alrededor

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Cuando llego al viejo bar que está cerca del lugar donde Adam solía boxear, observo todo a mi alrededor.

—Muy bien, Jessica, llegó la hora de salir del auto y entrar ahí. Tú puedes hacerlo —me digo a mí misma en voz alta y apago la camioneta para bajar.

Abro sin hacer ruido y cierro de la misma manera. Veo el auto de Adam a unos cuantos metros del mío. Cuando llego a la puerta, veo a dos gorilas vigilando.

Bien, ¿ahora qué?

¿Me acerco y que sea lo que Dios quiera?

Al diablo, si ya estoy aquí, nada puede ser peor que esto. Camino como si estuviera en mi propia casa y llego hasta los gorilas. De cerca son más grandes e intimidantes, lo reconozco.

—Buenas —saludo y sostienen con más fuerza sus armas que mantienen a la altura de su estómago—. Mi prometido está ahí dentro. Vengo a la reunión —continuo, aunque parece que hablo sola.

»¿Son sordos o el inyectarse tanta testosterona ya les fundió los sentidos? —espeto, logrando con eso que me sí miren ahora.

—Largo —sisea uno. Llevo la mano a mi cintura y lo miro con altanería.

—Créeme, valgo más que cualquier otra persona en este lugar, así que deja que entre a la puta reunión ya —ordeno.

Los dos hombres comienzan a reír. De mí, se están riendo de mí. Malditos.

Por acto reflejo y por estar ofendida con que se burlen de mí, mi reacción es patear en sus partes nobles a uno, haciendo que suelte el arma y se doble hacia adelante, sujetando sus testículos heridos. El otro me apunta de inmediato, por lo que tomo el arma del suelo y sin saber ni siquiera cómo mierda se usa, lo apunto.

—Suelta eso. Terminarás muriendo aquí, bonita —advierte el que me está apuntando. Lo sigo apuntando mientras me acerco a la puerta.

—Solo quiero entrar —digo y tiro el arma lejos de mí y empujo la puerta, comenzando a correr por el pasillo.

Justo cuando los hombres me alcanzan, abro una puerta y veo a Adam sentado en una mesa junto a otros dos hombres.

—¿Jessica? —replica Adam.

Los hombres me sujetan por los brazos y Adam se levanta como todo un poseído.

—¡Quítenle sus asquerosas manos de encima a mi mujer! —sisea furioso.

Se acerca, apretando sus puños y los hombres me sueltan ante la voz de su jefe, ordenando que lo hagan. Adam me mira intenso.

—¿Tenías que venir? —pregunta con rabia. Saboreo mis labios.

—Quiero estar presente —explico. Niega con la cabeza.

—Hablaremos otro día —anuncia, no a mí, sino a los hombres.

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