Zoe nunca ha sido de las que se enamoran fácil, y menos de tipos como Magnus Willmington: mujeriego, imprudente y con una reputación que haría temblar a cualquier padre sobreprotector. Pero el destino (y un grupo de amigos en común) parecen empeñado...
La fama debería venir con una advertencia en letras grandes: "Antes de firmar, piénsalo dos veces." Algo que te advierta de los riesgos, de los costos ocultos, de todo lo que nadie te dice hasta que ya es demasiado tarde.
Pero, si me lo preguntan, sí, lo haría. Firmaría mil veces ese contrato. Aunque cambiaría algunas cosas.
Nadie me advirtió que la fama es tramposa, que puede convertirte en el héroe de tu propia historia y, al mismo tiempo, en el villano de mil versiones diferentes. Que los rumores se esparcen como fuego, que la verdad no importa y que nunca hay descanso.
Magnus Wilmington: el mujeriego de Midas King. El chico "sin compromisos", también conocido como "el que no se tomó fotos con un grupo de fans", "el que dejó embarazadas a varias", "el que solo se emborracha y sale todas las noches".
Pero nadie habla de la vez que ayudé a unas fans a entrar a un concierto porque habían perdido su entrada. Nadie menciona que los rumores sobre un supuesto hijo son mentira, un invento de alguien que quería atención. Nadie recuerda que rechacé una foto no porque no quisiera, sino porque estaba con mis hermanas menores y ellas se asustaron con la multitud. En lugar de una foto, les di abrazos.
Lo admito: me gustan las chicas. Me gustan las relaciones sin ataduras. Pero aún resuena en mi cabeza aquella vez que una de ellas me dijo: "Eres aburrido para algo serio. Solo tienes una cara bonita."
La prensa vende lo que escandaliza. Y si eres un famoso sin drama, simplemente no existes.
Los fans te ponen en un pedestal tan alto que se olvidan de que eres humano. Se olvidan de que te cansas, de que te duele, de que a veces solo quieres desaparecer por un rato. Sonrío para ellos, porque amo lo que hago. Pero hay días en los que solo quisiera estar triste sin una maldita cámara frente a mí. Días en los que preferiría hablar con alguien sobre música, sobre el futuro de la banda, en lugar de ser un saludo en un video de TikTok.
A veces pienso en renunciar.
Pero no lo hago.
Porque nada se compara con la adrenalina de un concierto. Nada se siente más real que escuchar miles de voces gritando el nombre de nuestra banda, sentir la vibración de la batería bajo mis manos. Ese es mi verdadero lugar en el mundo. En esos momentos, estoy más vivo que nunca.
Y luego está ella.
Zoe Acklan.
La única persona capaz de arrastrarme cuatro años atrás, cuando solo éramos un grupo de chicos con grandes sueños y nada más. Ella, con su sonrisa, con su mirada despreocupada, sin darse cuenta de que, si me lo pidiera, yo caería rendido a sus pies.
No creo que entienda el efecto que tiene en mí.
Ni el efecto que tiene en el mundo cuando entra a una habitación.
Hemos tenido conversaciones hasta la madrugada, hemos compartido momentos que deberían significar algo. Y, con el tiempo, me di cuenta de algo: Zoe le tiene tanto miedo a enamorarse como yo le temo a lo que siento por ella. Mis sentimientos están ahí. Lo sé. Lo acepto. Pero cada uno de mis intentos ha sido rechazado.
Si dejara las cosas así, no habría historia. Si me rindiera, solo sería otro nombre en la lista de músicos con mala reputación.
Pero eso no va a pasar.
El show recién empieza.
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