༄ CAPÍTULO XXII

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Y AQUÍ ES CUANDO EL MUNDO SE PONE DEL REVÉS

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Muerto.

Esa la fue la primera palabra que apareció en mi mente cuando contesté el teléfono esa fría mañana del treinta y uno de octubre saliendo de Rottenhill prep.

Muerto.

Muerto en vida.

Christopher había caído en coma.

Al llegar al hospital mi mente se nubló por completo. Todo lo que veía era a la señora Blanchard alterada, siendo calmada por sus hermanas. Al observarla ella me devolvió la mirada, sus ojos quebrados, como solo podrían estarlos los de alguien cuyo mundo acaba de caerse en mil pedazos.

Totalmente rotos.

Aquella llamada detonó como un pinchazo en la burbuja en la que yo sola me había enfrascado. Y es que, luego de la maravillosa velada todo se sentía tan ligero, como un cuento de hadas.

Pero la vida no es un cuento de hadas.

Y hacía falta más que una cancioncita y un montón de buenos deseos para que Christopher estuviera bien. Fue entonces que me di cuenta de que todo lo que había sucedido en Rottenhill esa noche no había sido solo por Christopher, sino para nosotros. Nada más que una manera desesperada por consolarnos y hacernos sentir menos miserables de lo que ya éramos. Pero si algo seguía siendo cierto era el hecho de que no podíamos perder a Christopher. Jamás.

Justo cuando creí que mi organismo se había secado por completo de tanto llorar, volvieron a surgir más lágrimas. Lágrimas ardientes y dolorosas que quemaban la piel a su paso.

Christopher, Christopher, Christopher.

Lo necesitaba tanto de vuelta.

Mi corazón solo anhelaba una sonrisa alentadora más, una mirada cálida más.

Un abrazo más. De la clase de abrazos que te brindan un refugio, paz y tranquilidad. En los que puedes derrumbarte por completo, pero, aun así, sentir que todo, en algún momento, volverá a estar bien. De la clase de abrazos que solo Christopher Blanchard podía dar.

Pero Christopher no estaba ahí, sino postrado a una cama de hospital con sus ojos cerrados. Y nadie sabía si podría volver a abrirlos pronto.

Tal vez nunca.

La tristeza se convirtió en miedo, miedo de que sus padres simplemente se rindieran y decidieran desconectarlo. Miedo de que pasara de estar en una camilla a estar en un ataúd.

Y el miedo en duelo. Un duelo anticipado.

Inevitablemente mi corazón ya había comenzado a prepararse para una peor noticia. Que estupidez.

No hay forma existente de prepararse para la muerte de un ser querido. Por más que lo intentemos, por más que lo pensemos, cuando la noticia llega el dolor no disminuye, solo se vuelve más soportable.

Como una cicatriz que jamás cierra. Te frustras porque duele y lloras, pero al final, incluso, le tomas cariño. Abrazas el dolor porque es más fácil volverlo tuyo que intentar superarlo. Retomas tu vida y vuelves a lo mismo del día a día, pero siempre está presente y se hace notar. Sabes que está ahí, solo aprendes a lidiar con él.

—¿Cassie? —la voz de la señora Blanchard me sacó de mis pensamientos. Limpié mis mejillas y me reincorporé en el asiento, la silla de espera junto a la ventana que se había convertido en mi hogar los últimos días. Me forcé a sonreír.

EL REINADO DE APPÓCALIVE ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora