༄ CAPÍTULO XXV

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TRASGO

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Cierto deje de recelo aún podía percibirse en la profunda voz de Dagda cuando terminó de contar su historia, la cual estaba siendo demasiado para procesar, comenzando por el hecho de que todavía seguía anonada ante la revelación de que Christopher era mi luz guía. Aun así, el dolor de cabeza que vino después valió completamente la pena, porque ahora entendía muchas actitudes de mi mejor amigo a las cuales antes ni siquiera me había detenido a poner atención.

Hanna.

Ese mismo nombre que salió de sus labios, con su mirada sobre mí y sus pies encima del tejado del instituto tenía un trasfondo más grande del que me pudiera llegar a imaginar. E imaginaba demasiado. "No puedo permitirme fallar... no de nuevo" era lo que dijo, y tras escuchar la historia completa, todo cobró sentido. Todos estos años había llevado sobre sus hombros la carga que Hanna Mathews dejó al morir, a la par de la culpa que lentamente comenzaba a carcomerlo. Mi corazón se desgarró de solo imaginar el infierno que Christopher había vivido desde entonces, ocultándolo siempre tras una celestial sonrisa porque era mi luz guía y debía estar bien para mí.

Mi cerebro no terminaba de comprender como era que aquella chica estuvo tan decidida a deshacerse de su guardián, en especial si su guardián era el mismo guardián que yo conocía. Definitivamente la ambición humana no conocía remordimiento ni límites. Eso, o poseía otro nivel de locura, porque nadie, absolutamente nadie en su sano juicio consideraría dañar al ángel que se ocultaba tras enormes hoddies oscuros y audífonos con canciones de Ed Sheeran.

Christopher había sido demasiado para alguien como Hanna Mathews.

Y a ser verdad, para mí también.

Los sentimientos encontrados empezaban a abrumarme en sobremanera. Estaba exhausta, mi nuca y hombros dolían, una sensación rara parecida al de la gripe se alojó en mi interior y lo único que quería era llegar a casa, deshacerme de mi mochila y ropa incómoda y dormir. Dormir como si no hubiese un mañana. Claro que no puedes dormir como si no hubiese un mañana si al día siguiente debes levantarte temprano para ir a la escuela. Hugh, odiaba eso. Quizá entre las pociones de Dagda había alguna que me provocara fiebre real o algo, lo que fuera con tal de que mamá me dejara quedarme en casa al día siguiente.

Mi garganta de pronto dolió. Tosí y mis ojos se pusieron llorosos.

Bueno, al parecer lo de la gripe no era en sentido figurado.

—¿Estás bien? —preguntó Chelsea con preocupación.

—Sí, solo... es algo tarde, —bostecé. —Creo que deberíamos volver a casa.

—Claro, entiendo que todo lo que sucedió esta noche sea demasiado para sus pequeñas mentes mortales —añadió Hox desde la barra, tomando un sorbo de vino. Arqueé una ceja. —Sin ofender.

—No ofendes a nadie, bro —respondió Elliot, quitándose el gorrito de lana para pasar la mano por su cabello con irritación. —Siento como si mi cerebro hubiera sido bombardeado por diez bombas atómicas.

—¿Cerebro? —cuestionó Chelsea, divertida. —¿Tienes un cerebro? Creí que estaba hueco ahí dentro —molestó y Bower soltó un "ja" sin gracia.

—Gracias por, bueno, —vacilé —por todo, Dagda —agradecí, antes de que los otros dos pudieran siquiera pensar en iniciar una discusión. Él asintió.

—Estaremos en contacto —prometió, mientras abotonaba su saco. —Pero por ahora, es más que suficiente. Si me permiten, hay una fiesta de Halloween que no quisiera perderme. Suerte intentando volver sin recibir algún truco en el camino.

EL REINADO DE APPÓCALIVE ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora