xɪɪ. ᴄʀᴏ́ɴɪᴄᴀs ᴅᴇ ᴜɴᴀ ɴᴏᴄʜᴇ ᴏᴛᴏɴ̃ᴀʟ

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Ni siquiera fui capaz de mirar a mi madre a los ojos el día después de mi gran escapada. Un sentimiento de culpa se había alojado en mi interior, negándose rotundamente a salir de ahí.

Podrán pensar que, en realidad, escaparse de casa no es tan grave como parece. Quizás algunos ya lo habrán hecho, tal vez incluso, más veces de las que podrían recordar, pero si eres Cassie Caswell y has sido Cassie Caswell durante toda tu vida, entonces sabes que escaparse de casa, específicamente de mi casa, con mi madre dentro, equivalía a entrar en el foso de los leones y no con el mismo final suertudo que el de Daniel, sino con uno lleno de sangre y huesos rotos. Uno de todo, menos agradable.

Pero escaparme de casa no era el final, sino el inicio. El inicio de un revuelo de impulsivas decisiones, desafíos, rebeldía, y un viaje de nunca acabar para, según pensé, encontrarme a mí misma.

El problema es que, para encontrarte a ti misma, primero tienes que saber quién fuiste, qué perdiste.

Y yo, ni siquiera sabía eso.

¿Quién era yo? ¿Una chica de diecisiete años que vive para ser la marioneta de su madre? ¿Una rebelde sin remedio que escapa de casa al llegar la media noche para irse con un casi-desconocido a quién sabe qué lugar?

¿O, tan solo, una adolescente en su penúltimo año de preparatoria atravesando por una catastrófica crisis existencial?

Bueno, al parecer, las tres opciones eran correctas.

No sabía quién era yo porque nunca me había permitido ser yo realmente. Siempre a la sombra de los demás, ocultándome tras la fachada de hija perfecta, de amiga perfecta, de chica perfecta.

Me había ocupado tanto intentando ajustarme a los múltiples moldes que la gente a mi alrededor intentaba imponerme, que, en algún momento, terminé olvidando cuál de todos esos moldes era el original, cuál era el venía por defecto de fábrica. Nunca me permití ajustarme a mi propio recipiente y quedó olvidado entre las baratijas y ollas de la lacena, tan deteriorado como ese sartén rayado que ni siquiera dan ganas de usar.

Me terminé olvidando de mí misma.

Finalmente, después de largas y cansadas semanas de trabajo y estrés, el gran día de las presentaciones había llegado. Iniciaríamos a las seis de la tarde con exactitud presentando las obras, danzas y recitales en el teatro, y al terminar, tendríamos un baile en la preparatoria como recompensa.

Todos estaban emocionados y nerviosos.

Nos preparábamos en los camerinos. Al fin había culminado de arreglar mi vestido naranja, ajustado de la parte superior, escote corazón y falda acampanada. Unas alas de hada claramente falsas decoraban mi espalda y unas zapatillas naranjas con un gran pompón blanco en el centro, mis pies. Toda yo parecía sacada de alguna película de Tinker Bell.

Murmullos sonaban alrededor, la sala entera estaba dividida en grupitos. Algunos alumnos se dejaban maquillar por sus amigos más talentosos, otros recitaban una y otra vez sus diálogos a la nada y otros tantos bailaban al son de una canción silenciosa, repitiendo múltiples veces los mismos movimientos.

De repente, una pálida Chelsea entró corriendo a la sala, totalmente nerviosa.

—¡Cassie! —exclamó, y yo fruncí el ceño, ella comenzó a acercarse a mí.

—¿Qué sucede?

—¡Muchas cosas, Cassie, muchas! Ethan no llega aún, intenté llamarle, pero no contesta. No sé dónde demonios está, y lo necesito aquí para ajustar unos últimos arreglos de la danza antes de presentar luna de fuego. ¿Tienes idea de dónde se encuentra o cómo localizarlo? ¡No puede haber luna de fuego si no tenemos una luna!

EL REINADO DE APPÓCALIVE ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora