༄ CAPÍTULO XXX

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PÉTALOS AMARILLOS PARA UN ALMA ROTA

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"Te tengo".

Dos palabras. Dos malditas palabras que habían salido de su boca fueron suficientes para hacerme vacilar. Mis piernas flaquearon al momento de sentir su mano sobre mi hombro, con ese toque tan fogoso que logró traspasar aún la tela gruesa del hoddie. Su frío aliento en mi cuello y el aroma de su cercanía amenazaron con provocarme un colapso. Mi cerebro no lograba reaccionar, estaba hecha un desastre.

—Suéltame —pronuncié, después de unos segundos. Mis ojos tornándose cada vez más vidriosos y mi labio inferior temblando.

—Cassie...

—¡Suéltame, maldito demente! —exigí con odio, liberándome de su agarre para hacerle frente, sin embargo, fui incapaz de sostenerle la mirada. Ese color rojo de sus pupilas solo aumentaba mis nervios y producía un malestar en mi sien.

Él suspiró y alzó sus manos, clamando inocencia. Su rostro lucía totalmente sereno e indiferente a la escena que ocurría a nuestro alrededor, como si no hubiera un montón de ángeles y zombies peleando a muerte ahí mismo.

—Solo quiero hablar contigo —exigió.

—¿Hablar? —solté una carcajada. —¿Para qué? ¿Para que vuelvas a mentirme en la cara? No, ya no, por mí puedes irte al infierno.

El dios examinó el lugar, silbando, y parpadeó.

—Cariño, creo que ya estoy ahí —rodé los ojos, tomando aire. El resentimiento dolía en mi garganta. —Y no recuerdo haberte mentido.

¿Qué?

¿Se podía ser más cínico?

—¿Que no recuerdas haberme mentido? —pregunté, sorprendida. Él se alzó de hombros. —Okay, ¿Qué hay de ese estúpido "confía en Cassie"? —exageré mi tono de voz, sacando a la luz una parte de mi rencor acumulado. —¿No mentías cuando me lo pediste?

—Técnicamente no mentí sobre nada, solo te hice una petición, en ningún momento especifiqué "porqué" debías hacerlo así que no, no mentí —se defendió. Quise decir algo, pero, maldita sea, tenía razón. Me crucé de brazos. —Y si te lo preguntas, sí. Aún sigo esperando que lo hagas.

¿Que confiara en él?

¿Después de haber levantado a una legión de zombies para asesinar mortales frente a mis ojos?

Claro, ¿por qué no? ¿qué podría salir mal? No es como si estuviera tratando con el maldito dios del apocalipsis.

Comencé a reírme con rabia.

—¿Por qué habría de confiar en ti ahora, Appócalive? —pregunté, esperando una respuesta decente en el fondo de mi corazón. Tal vez un "porque esto no acaba aquí", "la situación no está en mis manos", o al menos un "tengo un plan, voy a resolverlo", pero nada.

—Porque yo no te haré daño —lo observé, incrédula.

—¡Acabas de mandar cadáveres y fenómenos a crear una masacre en el mismo lugar en el que estoy ahora!

—No van a ponerte una mano encima. No a ti.

Tragué saliva, ¿eso debía tranquilizarme?, ¿o tal vez solo me estaba "guardando" para el final?

—¿Por qué yo?

El castaño desvío la mirada, tomó aire y exhaló.

—Porque te amo, Cassie —confesó. —Y sé que sientes lo mismo por mí.

EL REINADO DE APPÓCALIVE ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora