Familia de acróbatas

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Meses después...

Juno, Edvard, Auguste y Khaled se habían vuelto oficialmente mis mejores amigos, ya estaba por acabar el primer semestre escolar y había descubierto tres cosas:

Uno, que era muy malo en ciencias experimentales.

Dos, que odiaba el periodo intersemestre.

Y tres, que la chica del tren tomaba todos lo días el mismo tren a la misma hora y regresaba todos los días en el mismo tren a la misma hora y todos los días de ida y vuelta llevaba exactamente el mismo libro; ¿qué si estaba enamorado de ella? Tal vez.

Era sábado, había invitado a mis amigos a casa ya que le había hablado tanto de ellos a mamá que quería conocerlos, los había invitado a la cena, entonces ellos debían llegar más o menos a las 6 de la tarde, lo cual quería decir que tenía estas dos horas para practicar un viejo truco que me había enseñado mi mamá.

Clavé en la tierra una tabla de madera no muy alta y sobre esta puse otra justo a la mitad solo un centímetro más larga que mi pie, la idea del truco era mantener el equilibro en la tabla en un solo pie y luego brincar para caer con el otro.

Me levanté lentamente sobre la tabla y cuando conseguí mantener el equilibrio doblé mi rodilla para impulsarme, apenas iba a lanzarme cuando...

—Aramis —hablan y por la sorpresa caigo de espaldas al suelo —¡Aramis! — grita la voz preocupada.

Mientras intento recuperarme del golpe, alguien se acerca a mí, cuando abro los ojos veo una silueta borrosa de una persona blanca con cabello negro.

—¿Edvard? —pregunto y él asiente mientras me toma de la mano para levantarme.

—Sí —responde una vez que estoy de pie —¿Estás bien? —pregunta preocupado.

—Sí, estoy bien —digo sobándome la cabeza —Ahora... ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

—Sí era hoy, ¿verdad? —pregunta ansioso.

—Sí —respondo —Pero dentro de dos horas.

—Quería llegar temprano —justifica encogiéndose de hombros.

—Temprano era al cuarto, a las cinco y media, cinco y cuarto —reclamo  —¡No a las cuatro!

—Perdón —se disculpa tímido —Quería pasar un rato con mi mejor amigo

—¿Y cómo entraste? —pregunto.

—Ah... —dice y se sonroja un poco —Me brinqué la barda —admite señalándola.

El patio de mi casa está rodeado por una no muy alta barda de madera y una malla de alambre blanca.

—¿Cómo? —pregunto confundido.

—No lo sé —responde —Pero no iba a esperarme a ver si no despertabas para gritarle a tu madre — dice y ambos reímos un poco.

—Ni está —le aviso entre risas —Se fue al tianguis

—Bueno, a quien sea que esté en la casa —habla.

—No hay nadie —informo —Mi papá está trabajando y mi hermana... La verdad no tengo idea, pero en casa no —digo y él ríe.

—Bueno, peor tantito —dice riendo.

—Sip —respondo y nos quedamos en un incómodo silencio.

—¿Qué hacías? —pregunta Edvard después de un rato.

—Intentaba hacer un truco que me enseñó mi mamá —respondo.

—¿Truco de qué? —pregunta.

—Es como una especie de reto de gimnasia que mi mamá quiere que haga —explico.

—¿Tu mamá es gimnasta? —pregunta.

—No, es bailarina —le respondo —O bueno, era

—¿Era?

—Dejó de hacerlo cuando nací, me cuidaba mucho —explico —Soy de una familia de acróbatas

—No te creo —dice sorprendido.

—Sí —digo con una sonrisa —Mi mamá era bailarina, mi papá es acróbata y mi hermana es patinadora

—Wow —dice Edvard sorprendido —¿Y tú por qué no?

—Intentaron meterme a gimnasia, pero soy muy malo —explico —Soy la oveja negra —digo y él ríe.

—Me pasa algo similar —dice y yo lo miro incrédulo.

—¿En serio? —pregunto y él asiente.

—Soy de familia de artistas —dice —Mi mamá es escritora, mi papá es pintor y Juno está estudiando para ser modelo

—Genial —digo sonriendo —¿Y tú?

—¿Yo? —responde algo incómodo —Yo quiero ser arquitecto

—Cool —respondo.

—¿En serio? —pregunta sonriente —Mi mamá cree que es decepcionante

—A mi me gusta —afirmo sonriente —Además, los arquitectos también tienen su lado creativo —complemento y él ríe

Nos sentamos en el pasto bajo el pequeño árbol que había en mi patio, él recarga la cabeza en el árbol y yo en su hombro.

—Siempre quise tener un hermano —murmuro.

—Yo igual —responde, nos quedamos en silencio otro rato hasta que él habla —¿Por qué tu nombre es Aramis?

—A mi mamá siempre le gustó mucho Los Tres Mosqueteros —explico — Aramis era su favorito

—Genial —responde —¿Tu hermana se llama Milady? —pregunta y yo suelto una risa.

—No, Constance —me burlo y él me mira incrédulo mientras yo suelto una carcajada.

—¿Es en serio? —pregunta y yo niego.

—No, se llama Nadia —respondo con una sonrisa.

—Nadia Comăneci —murmura y yo. asiento

—Exacto —afirmo y lo miro —¿Tú por qué te llamas Edvard?

—Edvard Münch, el pintor —responde —Toda mi familia lleva nombres así

—¿En serio? —pregunto incrédulo.

—Sí —responde —Edvard, Juno, Emily y Leonardo

—Münch, la diosa, Brönte y Da Vinci — desgloso y él asiente

—Solo que mi hermana y yo nos llevamos los más ridículos

—Si algún día tengo hijos les pondré un nombre más normal —digo y él asiente

—Concuerdo hermano —chocamos los cinco entre risas

La chica de los librosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora