36. La cámara de los Secretos

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Aquél fue, seguramente, el peor día de la vida de Harry. Él, Ron, Fred y George se sentaron juntos en un rincón de la sala común de Gryffindor, incapaces de pronunciar palabra. Percy no estaba con ellos. Había enviado una lechuza a sus padres y luego se había encerrado en su dormitorio.

Ninguna tarde había sido tan larga como aquélla, y nunca la torre de Gryffindor había estado tan llena de gente y tan silenciosa a la vez.

Hope había ido en una oportunidad y luego de asegurarse que Harry estaba bien se inclinó delante de los tres Weasley.

—Estamos haciendo lo mejor para traer a su hermana de vuelta ¿Okey? —miro a los gemelos y luego desapareció por las escaleras de los dormitorios para ir a hablar con Percy.

Cuando volvió a la sala común apartó a Harry y lo tomó por los hombros.

—Harry, necesito que por lo que más quieras que no vayas a hacer una locura —lo miró a los ojos—. Quiero que te quedes aquí a salvo, irás en el tren con los demás niños, Remus y Sirius te estarán esperando en la estación. Severus y yo iremos por tí apenas podamos.

Harry asintió algo inseguro, su madrina le dio un abrazo y salió de la sala.

Cuando faltaba poco para la puesta de sol, Fred y George se fueron a la cama, incapaces de permanecer allí sentados más tiempo.

—Ella sabía algo, Harry —dijo Ron, hablando por primera vez desde que entraran en el ropero de la sala de profesores—. Por eso la han raptado. No se trataba de ninguna estupidez sobre Percy; había averiguado algo sobre la Cámara de los Secretos. Debe de ser por eso, porque ella era... —Ron se frotó los ojos frenético—. Quiero decir, que es de sangre limpia. No puede haber otra razón.

Harry veía el sol, rojo como la sangre, hundirse en el horizonte. Nunca se había sentido tan mal. Si pudiera hacer algo..., cualquier cosa...

—Harry —dijo Ron—, ¿crees que existe alguna posibilidad de que ella no esté...? Ya sabes a lo que me refiero—Harry no supo qué contestar. No creía que pudiera seguir viva—.¿Sabes qué? —añadió Ron—. Deberíamos ir a ver a Lockhart para decirle lo que sabemos. Va a intentar entrar en la cámara. Podemos decirle dónde sospechamos que está la entrada y explicarle que lo que hay dentro es un basilisco.

Harry se mostró de acuerdo, técnicamente no estaba desobedeciendo, porque no era una locura, estaba ayudando, además no se le ocurría nada mejor y quería hacer algo. Los demás alumnos de Gryffindor estaban tan tristes, y sentían tanta pena de los Weasley, que nadie trató de detenerlos cuando se levantaron, cruzaron la sala y salieron por el agujero del retrato. Oscurecía mientras se acercaban al despacho de Lockhart. Les dio la impresión de que dentro había gran actividad: podían oír sonido de roces, golpes y pasos apresurados. Harry llamó. Dentro se hizo un repentino silencio. Luego la puerta se entreabrió y Lockhart asomó un ojo por la rendija.

—¡Ah...! Señor Potter, señor Weasley... —dijo, abriendo la puerta un poco más—. En este momento estaba muy ocupado. Si os dais prisa...

—Profesor, tenemos información para usted —dijo Harry—. Creemos que le será útil.

—Ah..., bueno..., no es muy.. —Lockhart parecía encontrarse muy incómodo, a juzgar por el trozo de cara que veían—. Quiero decir, bueno, bien.

Abrió la puerta y entraron. El despacho estaba casi completamente vacío. En el suelo había dos grandes baúles abiertos. Uno contenía túnicas de color verde jade, lila y azul medianoche, dobladas con precipitación; el otro, libros mezclados desordenadamente. Las fotografías que habían cubierto las paredes estaban ahora guardadas en cajas encima de la mesa.

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