35. Ginny Weasley

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Una mañana, Ginny Weasley se acercó y se sentó junto a Ron.

Parecía tensa y nerviosa, y Harry vio que se retorcía las manos en el regazo.

—¿Qué pasa? —le preguntó Ron, sirviéndose más gachas de avena.

Ginny no dijo nada, pero miró la mesa de Gryffindor de un lado a otro con una expresión asustada que a Harry le recordaba a alguien, aunque no sabía a quién.

—Suéltalo ya —le dijo Ron, mirándola.

Harry comprendió entonces a quién le recordaba Ginny se balanceaba ligeramente hacia atrás y hacia delante en la silla, exactamente igual que lo hacía Dobby cuando estaba a punto de revelar información prohibida.

—Tengo algo que deciros —masculló Ginny, evitando mirar directamente a Harry.

—¿Qué es? —preguntó Harry

Parecía como si Ginny no pudiera encontrar las palabras adecuadas.

—¿Qué? —apremió Ron.

Ginny abrió la boca, pero no salió de ella ningún sonido. Harry se inclinó hacia delante y habló en voz baja, para que sólo le pudieran oír Ron y Ginny.

—¿Tiene que ver con la Cámara de los Secretos? ¿Has visto algo o a alguien haciendo cosas sospechosas?

Ginny cogió aire, y en aquel preciso momento apareció Percy Weasley, pálido y fatigado.

—Si has acabado de comer, me sentaré en tu sitio, Ginny. Estoy muerto de hambre. Acabo de terminar la ronda.

Ginny saltó de la silla como si le hubiera dado la corriente, echó a Percy una mirada breve y aterrorizada, y salió corriendo. Percy se sentó y cogió una jarra del centro de la mesa.

—¡Percy! —dijo Ron enfadado—. ¡Estaba a punto de contarnos algo importante!

Percy se atragantó en medio de un sorbo de té.

—¿Qué era eso tan importante? —preguntó, tosiendo.

—Yo le acababa de preguntar si había visto algo raro, y ella se disponía a decir...

—¡Ah, eso! No tiene nada que ver con la Cámara de los Secretos —dijoPercy

—¿Cómo lo sabes? —dijo Ron, arqueando las cejas.

—Bueno, si es imprescindible que te lo diga... Ginny, esto..., me encontró el otro día cuando yo estaba... Bueno, no importa, el caso es que... ella me vio hacer algo y yo, hum, le pedí que no se lo dijera a nadie. Yo creía que mantendría su palabra. No es nada, de verdad, pero preferiría...

Harry nunca había visto a Percy pasando semejante apuro.

—¿Qué hacías, Percy? —preguntó Ron, sonriendo—. Vamos, dínoslo, no nos reiremos.

Percy no devolvió la sonrisa.

—Pásame esos bollos, Harry me muero de hambre.

Harry sabía que todo el misterio podría resolverse al día siguiente sin la ayuda de Myrtle, pero, si se presentaba, no dejaría escapar la oportunidad de hablar con ella. Y afortunadamente se presentó, a media mañana, cuando Gilderoy Lockhart les conducía al aula de Historia de la Magia. Lockhart, que tan a menudo les había asegurado que todo el peligro ya había pasado, sólo para que se demostrara enseguida que estaba equivocado, estaba ahora plenamente convencido de que no valía la pena acompañar a los alumnos por los pasillos. No llevaba el pelo tan acicalado como de costumbre, y parecía como si hubiera estado levantado casi toda la noche, haciendo guardia en el cuarto piso.

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