veintiuno

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Macarena

Me costó abrir los ojos, realmente estaba muy cansada. Necesitaba dormir todo el tiempo que fuera posible. Con Gustavo abrazándome por mis espaldas quedarme acostada era algo más que fácil. Era todo lo que quería. En algún momento tuve que obligarme a salir de la cama y empezar el día. Ahí empezó el verdadero problema.

Intenté llamarlo varias veces esperando que me escuchara pero no hubo caso. Me daba cosa despertarlo, pero no sabía que otra cosa podía hacer. Me tenía agarrada fuerte de la cintura, lo que hacía que desprenderme de su cuerpo sea un poco (bastante) más difícil de lo que esperaba.

Con mucho cuidado logré darme vuelta, quedando frente a él. Es increíble la capacidad que tiene para no darse cuenta de nada, realmente me asombra. Si yo estuviera en su lugar ya me hubiese sobresaltado, pero ni siquiera eso hizo que existiese un movimiento involuntario de su parte que me ayudara a salir.

—Despertate, amor. Porfa.— pedí, moviendo su brazo apenas un poco.

—No. —musitó algo dormido. Dijo algo más que no logré entender, así que volví a insistir.

—Tengo que ir a trabajar.

—Hoy es domingo.— respondió con el tono un poco más claro, haciendo que nuestros cuerpos quedaran en la misma posición en la que estaban al principio de toda esta peripecia llamada "levantarme de la cama sin que mi novio se entere". O bueno, al menos, intentando que no se entere para no molestarlo.

—¿Cómo que es domingo?

—Sí Maca, es domingo.

—No puede ser, no. Yo me había puesto la alarma a las ocho de la mañana.— extendí mi brazo hacia la mesita de luz donde estaba mi celular. Cuando ví en la pantalla la hora que era me quise morir. Gustavo tenía razón. Lo que es peor es que no entiendo para qué me desperté a esta hora. Nadie lo sabe.

—¿Viste que tenía razón?— me dijo al oído, un poco más cerca de lo que ya estábamos antes.

—Me desperté al pedo. Que boluda.

—Al pedo, no. Estás acá, conmigo.

—Bueno, sí. Tenés razón.

Ahora sí no tenía excusas para moverme de dónde estaba. Lo menos que podía hacer era tratar de dormirme de vuelta, todavía era temprano. Con la mano que me quedaba libre acomodé las sábanas, volviendo a taparnos bien. Habíamos dejado el aire acondicionado prendido antes de acostarnos, pero como es lógico el calor de la noche anterior ya se había perdido.

—Tenés frío. —aseguró. Estaba helada.

—Un poco, sí. —admití, mientras me acomodaba entre sus brazos, buscando estar más cómoda.

-—Vení.

—¿Qué querés hacer?

—Ya vas a ver. —susurró en mi oído, cosa que hizo que mi piel se erizara un poco por la corta distancia que existía entre su boca y mi cuello. —Vos cerrá los ojos y relajate.

Empezó a acariciar mis muslos haciendo que sólo las yemas de sus dedos rozaran mi piel. Sus manos fueron subiendo hasta mi cintura, llegando justo al punto dónde comienza el redondeo de mis pechos. Sus caricias se sentían tan bien. Con cada movimiento nuevo mis ganas de besarlo incrementaban más, pero él no me dejaba hacerlo.

—No te apures.— susurró en mi oído, antes de hacer que cambiáramos de posición nuevamente. Ahora él llevaba el ritmo con más control, estando acostado hacia mi derecha, arriba.

médium ; gustavo ceratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora