dieciséis

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Gustavo

Estar llegando tarde a mi propio ensayo no es algo que me agrade mucho. Suelo ser bastante tranquilo en situaciones así, pero cuando me toca esperar, toda esa paciencia se desvanece tan rápido como llegó. Tratándose de un embotellamiento en plena avenida, no me queda de otra que esperar a que se pueda pasar.

Este mes de pausa obligada me ayudó a ver las cosas desde otra perspectiva. No estoy hablando sólo de cuestiones profesionales, sino de como vivo la vida, qué cosas elijo hacer, como me tomo las cosas. Los años pasan, y por ende, las cosas cambian: nada se mantiene estático, nada dura for ever. Estar vivos, presentes en este mundo, tampoco. Estoy muy lejos de convertirme en un monje zen, pero hay cosas que tienen que dejar de ser como eran. Disfrutar de estar vivo, hacer las cosas que me gustan, sin dejar de cuidarme y creerme que soy invencible, porque no lo soy, es una de esas cosas. Claro que nada de esto está siendo fácil, significa dejar de funcionar de la manera en la hasta ahora lo estaba haciendo. Si no quiero pasar por lo mismo dos veces, no me queda de otra que cambiar.

—¿Ves que se mueva algo? —me preguntó Richard, quien estaba sentado en los asientos de atrás del auto.

Negué con la cabeza, y volví a mirar hacia adelante, con esperanzas de que pasara algo y que pudiésemos avanzar.

—En cualquier momento dejo el auto y vamos caminando. —rezongué, haciendo que mi compañero riera por lo que había dicho.

—¿No era que ahora estabas más tranquilo? —contestó burlón.

 —Eso no quita que hace como quince minutos que estamos acá, ya me está costando tener paciencia. No me gusta llegar tarde.

 —A nadie le gusta llegar tarde.

 —Le dije a Maca que a las seis ya estaba libre, por eso.  —expliqué.

—Aaah, ya veo por donde viene la mano. — contestó divertido, apoyándose en el respaldo de su asiento. —¿ Se puede saber en que andan ustedes? Lu me dijo que tu chica anda medio rara.

 —Maca no anda rara, es rara. —me burlé.

 —No te hagas el gracioso. Dale, largá.

Después de que pude avanzar apenas un poco en la fila del auto, le conté sobre el viaje sorpresa a New York que le tengo preparado a Maca. ¿Y por qué de tantos lugares interesantes que existen en este mundo justo elegí ese? La respuesta es muy simple: tanto ella como yo amamos esa ciudad. Sé muy bien de las ganas que tiene de ir desde muy chica y que nunca pudo concretar. La última vez que se había decidido a viajar lo iba a hacer sola, pero terminó desistiendo de la idea. Le dió algo de pánico pensarse a ella sola en una ciudad tan grande sin conocer absolutamente a nadie, moviéndose sólo por los lugares mas seguros. Si iba a viajar, quería hacerlo sin restricciones y no pensar en aquellas cosas que no podía hacer o en esos lugares a los que no podía ir sola.

Todavía tengo claro el recuerdo de cada vez que a mi viejo le tocaba ir allá, de sus regalos en cada retorno, lo ansioso que estaba yo el día que llegó con la primer guitarra eléctrica que tuve en mi vida: me tocó esperarlo en el estacionamiento del aeropuerto una hora y media a que saliera para poder ver como era. Los primeros vinilos de The Police, Led Zeppelin o Bowie que tuve me los trajo él, los mismos que sigo escuchando hoy y que guardo con mucho amor. Así que, digamos que mi relación con Nueva York es principalmente y sentimentalmente musical: con Soda grabamos allá Doble Vida, experiencia que nos permitió poder vivir la bohemia de finales de los '80s de esa ciudad tan icónica. Recuerdo que recién ahí pude sentirme una persona más entre tantas cuando salíamos a pasear o a bailar, cosa que no me sucedía muy seguido en aquel entonces. Significó una desconexión con todo el ruido de la gira de Signos, (que fue un antes y un después en nuestra carrera, de la que vino muy bien descansar) sin dejar de hacer música y al mismo tiempo, con la chance de poder reconectar con la banda, con lo que estaba pasando en mi vida y con las cosas que quería hacer.

médium ; gustavo ceratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora