ocho

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Macarena

La lluvia nos empapaba, pero eso no nos importó. No existía nada más en el mundo que ese momento, ese instante. Besarnos es más lindo de lo que había imaginado. No quería despegarme de sus labios ni de sus brazos. No sabía que era lo que me pasaba, pero no quería que se fuera. No quería despegarme de él.

Apenas pude ver el azul de sus ojos gracias a la poca iluminación que emanaba de los postes de luz que están puestos en la cuadra donde vivo. Los vi brillar mirándome, y pensar en eso me hizo sentir algo de nervios. Él se dió cuenta de que algún pensamiento rondaba por mi mente, y se acercó más, acariciándome una de mis mejillas antes de llegar a decir algo.

-¿Entramos?-preguntó con un tono suave, tomándome en forma cariñosa del mentón. Nuestras narices casi se chocaban, producto del beso que nos habíamos dado.

Por un segundo pensé que había sido demasiado arriesgado haberlo besado así, después de que me dijera que necesitaba su espacio. Por suerte, estaba equivocada.

-¿Te quedás?-me animé a preguntarle.

-Sólo si vos querés.

-Obvio que quiero, tonto.

Lo observé mientras cerraba la puerta. Estaba mucho más mojado que yo.

-Gus, deberías cambiarte.

-¿Por?

-Mirate-dije haciendo un gesto con mi mano derecha-. No te podés quedar así, te vas a enfermar.

-Soy de roble, nena. Además, no creo que tu ropa me quede. -contestó, lo que me hizo reír. Se lo estaba diciendo en serio, pero él tenía razón: un metro ochenta y tres no se parecen en nada a un metro cincuenta y seis.

-Tengo unas remeras que eran de mi viejo, capaz que te quedan.

Gus rodó los ojos, y después de largar un "está bien" sin ganas, me acompañó hasta mi cuarto. Mientras yo buscaba las remeras, él observaba cada parte de la pieza. También pude ver que me miraba, y no voy a mentir: me encantaba que lo hiciera.

-Acá las encontré, tomá. El baño está por allá.-dije señalando hacia la izquierda de la habitación.- Ah, y acá hay un pantalón que no sé de quién es, pero seguro te queda.

Mientras ordenaba la ropa que había tenido que sacar, pensé en lo loco de todo lo que estaba pasando. Sin saber muy bien por qué, me sentí con suerte. Un flash de la noche que nos conocimos vino a mi mente, y no pude evitar sonreír. Él me gustaba, eso ya lo sabía. Pero había otra cosa suya que me atraía y tenía que averiguar qué era. No saberlo me hacía sentir vulnerable. Es mi torpeza de querer controlar todo más que cualquier otra cosa la que me lo pide. Por otro lado, también está esa otra parte de mí que me pide que me relaje, que fluya y que no me queme la cabeza. Entre esos dos lados estoy dividida, sin saber cómo hacer para escucharlos y hacerles caso en lo que tienen razón.

-Creo que me queda bastante bien, eh.-dijo sacándome de mis pensamientos y tomándome por la cintura, haciendo que me diera vuelta para que pudiera verlo. Ahí estaba, con una remera blanca y unas jogginetas grises que le calzaban muy bien.

Solamente asentí con mi cabeza, y con ayuda suya logré bajarme de la silla que había usado para poder llegar a la altura dónde tenía guardada la ropa.

Nos quedamos mirando por un instante, hasta que él se decidió a hablar y yo también, lo que hizo que terminemos riendo por esa extraña coincidencia. Después de que le diera a entender que él hablara primero, insistió en que yo lo hiciera... y para no terminar siendo como dos niños chicos que se enganchan eternamente en esos juegos, decidí hablar yo.

médium ; gustavo ceratiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora