Capítulo XVII -El nacimiento de algo inesperado.

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CAPÍTULO  XVII – El nacimiento de algo inesperado.

Habíamos logrado coger un taxi en el paseo marítimo de la playa, por lo que nos encontrábamos camino a mi casa. El brazo de Dylan descansaba sobre mis hombros mientras sus labis depositaban suaves besos en mi cabeza.

En mi interior había tana felicidad que temía explotar en cualquier momento. Se había forjado un vínculo entre nosotros, tan notable que hacía que mis labios no dejaran de tensarse en una enorme sonrisa. A Dylan le pasaba igual, tal y como demostraban sus caricias en mi hombro.

Tenía miedo a separarme de él, pues notaba que mi corazón no lo soportaría. Pero no podía hacer otra cosa cuando llegara a casa.

-¿Me llamarás esta noche? –quise saber cuándo a lo lejos ya se podía ver la urbanización de Beverly Hills.

-Nada podrá impedir que lo haga –sonrió, provocando que mi corazón se acelerara.

Demasiado pronto el taxi se detuvo frente a la enorme mansión de los White. El brazo que estaba sobre mis hombros se tensó, como si no quisiera dejarme ir. Sin embargo, no impidió que abriera la puerta y, tras una apasionada despedida, en la que el taxista rodó los ojos en más de una ocasión, me encaminé hacia la puerta principal.

Me sorprendí al ver a uno de los guardaespaldas de mi hermana descansando sobre el capó del Audi blanco. Corrí al interior de la casa tras saludar rápidamente al fornido hombre, y ahí estaba: mi familia había vuelto.

Mis sobrinos corrieron a recibirme con sus pequeños bracitos extendidos. Efram se enganchó a mi cintura, mientras que Caroline se adueñó de mi regazo. Los había echado mucho de menos, y habían crecido un par de centímetros cada uno. O eso me pareció.

-Estáis enormes –intenté controlar las lágrimas.

Apenas pude recomponerme de la emoción de ver de nuevo a mis sobrinos cuando una cabreada Mía apareció en lo alto de las escaleras. Iba vestida con unos cómodos vaqueros azules, un camiseta blanca con el logo de Chanel, unas botas planas negras, y su pelo iba recogido en una coleta alta.

Descendió por las escaleras, acentuando a cada paso su ceño. Cuando estuvo frente a mí pude ver que realmente estaba enfadada conmigo por alguna razón que se me escapaba.

-¿Dónde diablos estabas? –dijo entre dientes, tomando a Efram entre sus brazos.

No sabía a qué se refería, pues no había hecho nada que mereciera su enfado. Ella pareció darse cuenta de mi confusión:

-Llego a casa, te llamo al móvil y no lo coges –explica-. Luego Nora me dice que has ido al gimnasio y cuando voy me encuentro tu coche y tu bolsa pero tú no estás.

-¿Tienes idea del susto que nos has dado a tu hermana y a mí? –interviene James desde la puerta del salón.

-Lo siento, yo… -intenté pensar una excusa, pero mi mente estaba bloqueada-. No tengo excusa.

-Vuelve a hacernos algo así y te quedarás castigada hasta que te gradúes –amenazó James-. Ahora ven aquí y dame un abrazo.

Amor de Contraportada [en edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora