Capítulo X - Decepciones.

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CAPÍTULO X – Decepciones

El vuelo llegó a su hora al aeropuerto de Los Ángeles. En la terminal me estaba esperando mi primo, apoyado en su flamante Mercedes, y en cuanto me vio se apresuró a darme alcance para ayudarme con la maleta. Me saludó con un beso en lo alto de la cabeza, como hacía siempre, y me guió hasta el asiento del copiloto.

-Gracias por venir, Robert, pero no tenías por qué haberte molestado.

-No te preocupes. -dijo cerrando la puerta del coche y arrancando.- Es tarde y no me hacía gracia que cogieras un taxi tu sola.

El camino a casa fue rápido. Robert insistía en que me quedara esa noche con Sarah, Valery y él, pero yo tenía ganas de tranquilidad y, ahora que estaban de celebraciones por la llegada de un nuevo miembro a la familia, lo que me menos había en su casa era eso. Sin embargo, prometí pasarme a felicitar a Sarah por su embarazo.

Subí con pesadez hasta mi cuarto, y sin desvestirme me dejé caer en la cama a la vez que me quitaba los zapatos. Había tenido demasiadas emociones en apenas dos días.

El día amaneció gris, con nubes que prometían una gran tormenta, pero a mí no me importaba, es más, me gustaban los días así.

Me vestí lo más cómoda que pude y bajé a la sala, donde ya tenía el desayuno servido. No había nada mejor como tomar un buen café y unas tostadas para empezar bien el día. Además, hoy era fiesta en el instituto por no sé que cosa del fundador de la institución, por lo que aprovecharía para descansar un poco y por la tarde, tal vez, me acercaría a casa de Robert para hacer una visita a la feliz familia.

En cuanto terminé de desayunar fui al jardín trasero con mi portátil para adelantar algo de trabajo del periódico del instituto y navegar un poco por la red en busca de noticias.

Hubo una carta que me llamó especialmente la atención. Era de una chica que pedía consejo, pues no sabía si contar algo y traicionar a su amiga o callar y hacer mucho daño a terceras personas. Finalmente decidí contestarle lo que, a mi parecer, era lo correcto: que pidiese ayuda a algún amigo común de confianza, y así le sería mucho más fácil seguir sus instintos.

Llevaba más o menos una hora en el jardín cuando una de las mujeres del servicio se hizo notar. En una de las manos sostenía el teléfono inalámbrico de la casa, el cual me entregó alegando que mi hermana me estaba llamando desde Alemania de forma urgente.

-Mía, no sabes como os echo de menos. -dije, alegremente, a modo de saludo.

-Y nosotros a ti, pequeña, pero tengo malas noticias. -parecía algo enfadada.- Estamos teniendo unos problemas con el material del proyecto y nos tenemos que quedar una semana más por aquí.

-¿No puede encargarse otra persona?

-Al parecer no -hizo una pausa.- James está histérico porque no le hace gracia dejarte sola tanto tiempo y, francamente, a mí tampoco me la hace.

-No hay de que preocuparse, Sarah y Robert están cuidando muy bien de mí.

Amor de Contraportada [en edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora