Empezó la guerra

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Tres horas.

Eso era lo que llevaba despierta mirando el techo de su habitación, por más que tratara no podía dejar de pensar en todo lo que había pasado en la última horas. Sabía que Giyu estaba durmiendo en la habitación contigua y eso la inquietaba de sobre manera. Era los únicos en toda la finca. Suspiro con desgano, se levantó para ir por un poco de agua a la cocina.

Caminó con pereza hasta la cocina. Se permitió dejar de sonreír y demostrar en su rostro lo que en verdad sentía; confusión y desgano. No lo diría a viva voz, pero tenía claro que lo que pasó en el laboratorio había sido algo que seguramente ella estaba tramando, por eso, la gran pregunta era saber: ¿Qué estaba planeado? Que casi muere intoxicada y la dejó amnésica. Por una parte, sentía orgullo de haber hecho algo tan bien elaborado que no dejó ni una sola pista pese a que falló y eso la dejaba sin saber qué era lo que estaba haciendo y la otra parte de ella que se sentía confundida y la hacía preguntarse si acaso ella trató de hacerse daño.

¿Y si era infeliz y ya no quería vivir?

Ese pensamiento le angustiaba, más siendo consciente que su vida giraba bien, si lo miraba desde afuera era una persona amada. Tenía a sus hermanitas con ella, logró llegar a vivir en un mundo sin demonios y por último y no menos importante había una persona que la amaba tal como era.

...o tal vez solo fue un accidente, para todo existe una primera vez.

Tomó un pequeño sorbo de agua. Decidió ir un rato afuera necesitaba tomar un poco de aire, se sentó y por unos segundos se quedó pegada mirando el agua de su vaso.

–Esta hermosa la luna ¿no lo crees?

Dio un pequeño sobresalto, era el pelinegro que se sentó a unos centímetros de ella.

–Siempre está igual –respondió aún descolocada evitando mirarlo y tratando de recuperar su semblante de siempre–. ¿Qué haces despierto?

­–Tenía un poco de sed –dijo sin importancia –. Igual que tu ¿no?

Asintió, sin responder.

–Y tampoco puede dormir verdad, sentí como te removía.

–Supongo que tú tampoco ¿no? –le contestó de la misma manera que le respondió

–No estoy acostumbrado supongo.

–No es necesario que duermas aquí si te sientes incómodo –le reprochó.

–No me siento incomodo de dormir aquí, lo estoy de cómo lo hago ahora.

Sabía que eso iba dirigido a ella, sin embargo, lo ignoró no sabía cómo enfrentar ese aspecto de su matrimonio, qué tanto la conocía ese extraño, se permitió mirarlo por unos segundo, tenía las ojeras marcadas al igual como debía estar las de ellas.

Cerró los ojos antes de hablar–. Yo era feliz, no lo que quiero decir es...

–¿Si éramos felices juntos? –completo por ella.

Asintió.

El dio un suspiro y fijó su vista en el cielo, mirando  la luna.

–No te puedo decir que no, yo sentía que lo éramos, pero... tal vez estaba equivocado y tú no te sentías así –era casi palpable el sentimiento de angustia que se podía percibir en su voz y a pesar que estaba de perfil noto perfectamente como el tono azul de sus ojos cambió ligeramente por uno más oscuro a medida que hablaba.

–También piensas lo mismo que yo ¿verdad?

Por unos segundo, se sorprendió abriendo los ojos más de lo normal.

–Si te refieres a que estabas cansada y por eso fue el accidente, entonces sí –respondió cortante.

–¿Qué pretendes?  –dijo molesta–, jugando a ser el esposo comprensivo, que respeta mi espacio, cuando la verdad es que no puede evitar el mirarme sin sentir culpa. Te lo dije no es necesario que esté aquí, ¡es más te libero de mí!

No espero respuesta o reacción de su parte, se levantó, necesitaba alejarse de él ya no le quedaba cara con las que refugiarse.

En un movimiento rápido la agarró del brazo–. ¡Suéltame! –le gritó molesta, mientras forcejeaba con él para que la soltará.

Cuando logró hacer que se volteara, para mirarlo, ella en un rápido movimiento estiró su mano y le dio una bofetada y antes que ella pudiera reaccionar Giyu, agarró el vaso de agua y se lo tiró en la cara.

–Es fácil suponer lo que pienso y marcharte –le dijo sin soltarla­­–. Tienes razón, me siento como la mierda de enojado y lleno de culpa, por no haberte cuidado como se suponía que lo debía hacer–,con brusquedad la acercó hacía él pese a que ella se resistió, para que lo mirará a los ojos. –Pero tú te sientes peor que yo y aunque quieras fingir con una eterna sonrisa. Conmigo no puedes y por eso te da miedo que me acerque, porque no confías que otra persona sepa lo que te pasa. Si quieres me puedes gritar hasta golpear, pero no finjas conmigo ser quien no eres.

–Ara, ara, ya que lo sabe todo de mí, dime quién­ soy –le dijo desafiante acercándose más a él.

–Eres una persona que no es capaz de decir que se siente mal por ayudar a otros, tienes un sentido tan alto de la justicia que no te importo morir, con tal de defender el honor de tu hermana. Eres compasiva, pero te sientes culpable de no haber muerto –le dijo cada vez más cerca de ella.

–¿Y fue un accidente Tamioka-san? –le dijo con arrogancia a uno escaso centímetros de sus labios.

–Tu nunca te quitaría la vida –dijo sin dudar, casi rozando sus labios–, respeta el deseo de tu hermana de querer vivir. Aunque la culpa te asfixie, mi amor.

Ella acortó la distancia entre ellos, Giyu jadeó perplejo, no perdió tiempo y deslizó sus manos por su cuello y la beso con ansiedad, ella se lo devolvió con la misma intensidad. Sin embargo cuando intentó profundizar el beso sintió de golpe una sensación  helada.

¿Agua? Shinobu, le arrojó su vaso de agua en cuanto se descuidó.

–No pienses siquiera que va volver a repetirse –le dijo aún recuperando el aliento–, y escúchame bien si intenta volver agarrarme, te voy a enterrar un cuchillo –amenazó.

–Cariño, eres la persona que más veces me ha intentado apuñalar, me tienes sin cuidado.

Le sonrió, de una manera que no pudo interpretar, pero la perturbó.

–¡Vete al demonio Tamioka­!

Dijo antes de marcharse. Esperó hasta encerrarse en su habitación, que fue consciente que se dejó llevar por sus impulsos y fue ella quien beso primero al ojiazul.

A pocos metros Giyu, trataba de calmarse y no entrar a la habitación de la chica de cabellos morados, para volver a besarla.

Si algo estaba claro, los dos se desvelaron esa noche.

Aquí estoy, Shinobu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora