⚡️ La confesión ⚡️

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Nos cambiamos a una ropa más ligera y que es fácil de camuflar: traje negro pegado al cuerpo, botas oscuras, un casco negro hecho de un material similar al vidrio que nos permite tener una visión más amplia, pero que esconde nuestros rostros, pistolas en las musleras y dos cuchillas una en cada bota.

Cuando me estoy poniendo una de las botas, un recuerdo se dispara en mi cabeza.

Estábamos en nuestra casa de California. Estábamos celebrando el cumpleaños de mi madre. Ella había servido la cena. Colin y yo estábamos sentados a su lado, mientras nos pasaba nuestros platos: pollo al horno con pimientos rojos. El olor me hacía rugir la tripa.

Mi padre prometió que llegaría para celebrar junto a nosotros, pero mi madre esperó todo el día y él nunca apareció. Mientras comíamos, una camioneta llegó y mi padre bajó de ella. Estaba ebrio, su uniforme sucio y la camisa por fuera, aspecto que nunca antes había visto.

Entró sin decir nada, se sentó en el mueble y le ordenó a mi madre que le sacara sus botas. Ella nos miró, hizo un gesto de resignación con la boca y se acercó muy lento hacia él. Se arrodilló y empezó a quitarle los cordones.

—¿Qué miran? —Nos gritó mi padre—. Sigan comiendo.

Nos volvimos de inmediato. Me quedé mirando mi plato por varios segundos, asustada, mientras escuchaba cómo caía una de sus botas al suelo.

Intenté voltear para ver a mi madre, pero Colin me agarró con suavidad la mano y movió su cabeza en señal de negación. Bajé la mirada, sin embargo, no era de quedarme quieta.

Volteé y vi a mi madre sacándole la otra bota. En ese instante, la mirada de mi padre y la mía se encontraron en un breve segundo y posé mis ojos sobre mi plato otra vez.

—¡Impulsiva, testaruda! —gritó. Con el rabillo del ojo lo vi levantarse y dejar caer a mi madre de espaldas al suelo. Se sacó el cinturón—. Yo te voy a enseñar a obedecerme.

Mi hermano me cubrió, mientras mi madre le agarraba el brazo a mi padre.

—¡No toques a mi niña! —le gritó.

—Ellos son así porque no se les corrige como debe ser. Pero yo les voy a enseñar a obedecer —escupió.

—¡No! —gritó mi madre.

Corrió hacia nosotros y nos cubrió con su cuerpo, mientras mi padre la azotaba con el cinturón.

La voz de Elthon rompe con el hilo del recuerdo.

Cierro los ojos con fuerza y aprieto los puños. Olvida todo eso, Tarah. Olvídalo. Sacudo la cabeza para liberarme de ese mal momento.

—¿Estás bien? —me pregunta dubitativo.

No entiendo el por qué de su mirada, hasta que me doy cuenta que tengo lágrimas en las mejillas. El recuerdo ha tocado fibra sensible en mí.

—Si —miento.

No quiero darle explicaciones a Elthon, sin embargo, el fantasma de mi padre sigue presente.

—¿Segura?

Lo miro y suelto un suspiro.

—Humm... ¿cómo hiciste para olvidar las cosas tristes que le pasaron a tu familia y seguir con tu vida? —murmuro.

Elthon no me quita los ojos de encima.

—Hay ciertas cosas que nunca se podrán olvidar, solo debemos aprender a convivir con ellas. El dolor que nos generan deben ser el motor que nos impulsa a seguir, a luchar —hace una pausa para pasar una pierna por su traje—. Sea cual sea tu tristeza, ponla en tu mochila y sigue tu camino.

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