Veintidós.

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     Miraba por la ventana del automóvil de aquel hombre mientras las gotas de lluvia golpeaban el vidrio

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     Miraba por la ventana del automóvil de aquel hombre mientras las gotas de lluvia golpeaban el vidrio. Estaba toda mojada, además, estar descalza contribuía a que temblase bastante.
     Félix manejó hacia el edificio del departamento de Marinette, era poca distancia desde donde casi la había atropellado, pero no podía permitir que caminase bajo la tormenta.

     Con pocas palabras, la muchachita le había respondido a su pregunta. Sí, había sido asaltada y el ladrón se había llevado sus zapatos y su cartera, las marcas en sus muñecas y parte de los brazos eran producto de que éste comenzó a defenderse con un cuchillo mientras Marinette intentó impedir el robo. Una buena mentira para justificar su apariencia, no sentía pena ni vergüenza por lo había hecho, pues creía que se lo tenía merecido por contraer VIH y confiar en el fallecido Theo.
     Apenas estacionó el automóvil, Félix se volteó para verle la cara con preocupación, le importaba ayudarla porque sentía la misma vocación por su trabajo como Adrien.

-¿Sabías que soy médico? El año entrante me especializaré, me gustaría hacerte un chequeo o algo, tienes que ir a hacer la denuncia a la policía por lo que te hicieron.

-No te preocupes -dijo con la voz temblorosa y cerró los ojos porque le dolía donde se había cortado-. Me iré a cambiar de ropa e iré a hacer la denuncia.

-Si quieres puedo llevarte a la clínica para constatar lesiones, te ves débil -la azabache comenzó a sentirse desesperada.

-No gracias, muchas gracias Félix -se notaba que estaba afectada por el asalto y Félix respetó aquello. Como buena persona, se paró hacia afuera para abrirle la puerta, protegerla de la lluvia y dejarla hasta la entrada del edificio.

     Caminando rápidamente, Marinette se perdió de su vista sin saber que miles de cosas negativas comenzaban a invadir su mente por completo, cosas tan fuertes como cortarse de nuevo las muñecas o quitarse la vida para hacerle el trabajo más fácil al tumor.

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     Después de unas horas trataba de pretender que todo estaba bien, la verdad es que no era así pero no podía demostrar la preocupación cuando tenía que mostrarse seguro con sus pacientes. De su bolsillo sacó un caramelo para entregárselo a un pequeño niño de cuatro años que se había ido a atender con él. Podía haber pediatras, pero muchas personas optaban por atenderse con Adrien, aunque no se especializaba en un área en concreto.
     Le sonrió y murmuró que debía tomarse el medicamente cada vez que su mamá así se lo dijera.

-Sé que a nadie le gusta el jarabe, a mí tampoco -fingió tener asco con una mueca en su cara-, pero nos ayuda para la tos y tú tienes mucha, hay que calmar a esos pulmoncitos -golpeó despacio el cuerpo del niño mientras éste sonreía.

     La madre del niño estaba sorprendida, porque con suaves palabras el doctor Agreste había logrado lo imposible, convencer al niño de beber el medicamento sin verlo llorar ni un poco. Le apretó la mano a ambos y se dirigió de nuevo al escritorio para ver qué paciente seguía.
     Con una sonrisa se dio cuenta de que era hora del almuerzo, tendría tiempo para ir donde su hermana, ver a su adorable ahijado y a sus padres también, los cuales se iban este fin de semana de vuelta al otro lado del país. Pero cuando guardaba su bata blanca en una bolsa, apareció su primo y también colega.

Bitter Sweet Symphony || Adrinette AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora