Veintiocho.

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     Poco a poco sentía cómo algo en su cabeza comenzaba a dolerle

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     Poco a poco sentía cómo algo en su cabeza comenzaba a dolerle. La parte posterior de sus ojos la sentía oprimida, y en la nuca sentía sudor. Fue que, de un momento a otro, todo se volvió negro, se balanceó hacia adelante sin control alguno, alcanzando a golpearse la frente con el pecho del Dr. Agreste. Él la sostuvo colocando sus manos en su cintura fuertemente, pues la azabache no tenía control siquiera de sus piernas, parecían hechas de manteca derretida. Todo le daba vueltas, los colores y las formas se le mezclaban, sintiendo después cómo los brazos protectores del ojiverde la sostenían cual recién casados, recostándola en la cama con cuidado.

     Podía sentir además cómo Adrien se agachaba y, sin darse cuenta, colocaba su cuello muy cerca de la boca y nariz de Marinette, mientras la tapaba con las cobijas de la cama, ella se embriagaba de manera peligrosa con el perfume de aquel hombre. Quería correr, aquellas sensaciones no eran normales ni propias.
     El rubio posó los dedos cerca de sus párpados.

-Tus pupilas están bien, ¿me ves?

-Algo -lentamente, todo volvía a su forma, sentía muchas náuseas pero respiraba profundamente para no devolver la comida-. Estoy mareada.

-Debemos hablar de doctor a paciente -acomodó una silla al lado de ella mientras le sostenía la mano y entrelazaban los dedos. ¿Eran normales aquellas actitudes inconscientes?-. Yo sé que tú has decidido no tratarte con quimioterapia o radioterapia, creo que yo tampoco lo haría; pero eso no significa que no te debas tratar con medicamentos para los síntomas, para sentirte mejor y quitar todas estas reacciones como la que acabamos de ver -a la azabache se le llenaron los ojos de lágrimas-. No debes tener miedo, recuerda que me prometiste ser valiente y luchar hasta el último día -besó su mano, enviando ondas extrañas de tranquilidad a la muchacha-. Sólo quiero que, si optaste por aprovechar todos estos días, lo hagas estando bien -Marinette trató de secarse las lágrimas.

-Debo acostumbrarme al dolor, no tengo dinero para costear esto. ¿Y de qué vale si al final voy a morirme igual? No le voy a pedir dinero a mi abuela, no quiero ser su carga.

-Pero hiciste una promesa, si has de vivir lo que te queda lo harás dignamente -miró su reloj, aún tenía tiempo-. Yo te regalaré cada pastilla y examen que debas hacerte, pagaré todo esto. ¿De acuerdo? -la ojizarca intentó sentarse en la cama con cuidado para quedar frente a él.

-¿Por qué haces esto? ¿Por qué yo? -susurraba algo jadeante, aún estaba mareada.

-Porque es lo que hacen los amigos -la joven apretó los labios avergonzada mientras sus pómulos volvían a sonrojarse sin darse cuenta que, con ese gesto, Adrien la veía aún más adorable.

     Volvió a acomodarse entre las sábanas mientras el ojiverde sostenía una toalla que había sacado para secarle la nuca y la frente que le sudaban. ¿Amigos? ¿Eran amigos? Quería sonreír como boba, pero se limitó a cerrar los ojos cada vez que las náuseas volvían. Malditas defensas que ya no le funcionaban, maldito glioblastoma.
     Fue en ese minuto que sintió la necesidad de contarle lo de Zoé, sentía mucha angustia por pelear con ella, a quien consideraba una amiga importante.

Bitter Sweet Symphony || Adrinette AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora