Cuarenta.

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     Con cuidado sostuvo la taza de café que emanaba vapor y con su otra mano el plato que contenía el pastel de chocolate, pero al ver los ojos tristes de su amigo el hambre se esfumó

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     Con cuidado sostuvo la taza de café que emanaba vapor y con su otra mano el plato que contenía el pastel de chocolate, pero al ver los ojos tristes de su amigo el hambre se esfumó. Una señal con la mano bastó para captar la atención de una mesera.

-Serían ocho dólares, ¿su amigo necesita algo más? -apretó el lápiz atenta por si pedía otra cosa. Adrien miró el café y el pastel, había pagado por eso y no se lo comería.

-¿Quieres comerte el pastel por mí? Supongo que no se les permite, pero podrías hacerlo a escondidas.

     La muchacha se sonrojó completamente al sentirse observada por dos pares de ojos, sobretodo los del ojiverde. Al asentir repetidamente, Adrien supo que la comida no se desperdiciaría.
     Caminó junto con Nino hacia la salida, haciéndoles una señal a las francesas.

     Ambos hombres llegaron al auto. Adrien se acomodó en el asiento del copiloto mientras hablaba sobre cosas cotidianas con Nino, y preguntó en qué estado se encontraba su padre.
     De pronto, notó que el bello vehículo tomaba rumbo a una autopista, desviándose de cualquier calle dentro de París. Fue en ese momento que Nino le comentó que su padre no estaba internado ahí, sino en la ciudad donde le había mencionado que vivió siempre antes de irse a Estados Unidos, Giverny, la cuna de Claude Monet.

-¿Y viajaste todo eso sólo por ir a buscarme al aeropuerto? Me hubiera ido en algo, algún transporte, un tren.

-Primero, no iba a hacerte viajar ochenta kilómetros en tren. Segundo, te habrías perdido, y tercero -hablaba sin quitar la vista al frente-... el hecho de que hayas viajado desde Nueva Orleans hasta acá únicamente por no dejarme solo habla muy bien de ti como amigo, es un sacrificio. ¿O crees que no sé cuántos pacientes no se atenderán contigo en estos días? Valoro ese sacrificio, y créeme que es el mejor regalo que puedes hacerle a alguien, hacerlo sentir importante -el rubio miraba el paisaje con una sonrisa, él amaba a sus amigos.

-Créeme que si Félix y Zoé pudieran estarían aquí, sólo quiero que estés bien, que no dejes de lado a tu mamá y a tu familia porque en este momento deben estar preparados para cualquier cosa, sea buena o mala.

-El panorama cuando llegué era horrible, mamá no paraba de llorar, mis hermanas tampoco, sabemos que la muerte cerebral es irreversible -tosió para que no se humedecieran sus ojos-. La sensación de saber que esa persona jamás volverá a hablarte ni a mirarte a la cara, aunque sea para reprocharte algo, es horrible -Adrien lo miraba fijamente-. Una muerte cerebral repentina es lo peor, no sé si sea bueno decirlo, pero hubiese preferido que tuviese una enfermedad y aunque supiera que se moriría en un tiempo, saber aprovecharlo, y no arrepentirme el resto de mi vida después.

     Temblando por sus palabras, Adrien fijó la vista en el paisaje mientras una vez más Marinette invadía su cuerpo, su corazón y sus pensamientos como si fuera un veneno. Se acordó de ella cuando le dijo que lo quería y agregó aquella palabra que por alguna razón le dolía, 'amigo'. De pronto su nuca comenzó a sudarle, al igual que las manos. Un nudo se formó en su garganta y guardó silencio, porque lo sabía, Nino tenía mucha sabiduría en sus palabras. Él lo sentía vivamente, cuando la muchachita partiera de su lado para siempre, caería en depresión.

Bitter Sweet Symphony || Adrinette AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora