Gabriela y Adam se conocieron de una manera poco convencional, con el tiempo ellos se frecuentan y se van enamorando poco a poco, pero eso terminara cuando se descubre un secreto detrás de su relación, ambos se siguen amando, pero lucharan por lo qu...
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Adam Jones.
Estaba sirviéndome un café, en toda la noche no pude conciliar el sueño, el tan solo pensar que le mentí a Gabriela y que eso la devastó me hizo sentir un gran idiota, se me había salido de las manos, me enamoré como nunca me había enamorado de alguien.
Gabriela era mi todo y no me perdonaba el haberle mentido de esa manera, acepte investigar a la familia para estar cerca de ella de alguna manera, aunque cuando me ofrecieron la investigación ya éramos un poco cercanos, pues esa misma tarde me invito a la fiesta, pero aun así acepté la investigación.
—¿Qué voy a hacer? —Preguntaba para mí mismo sentándome en el sillón — Sé que necesita procesarlo todo, pero no sé si la vuelva a recuperar.
Me pasé la mano por el cabello y seguía pensando en todo, quería que ella tuviera su espacio, pero corría el riesgo de perderla, y perderla para siempre, algo que de tan solo imaginarlo me provocaba una sensación de culpa enorme y una tristeza inmensa.
Tomé un sorbo de mi café y me estiré en el sillón, hasta que tocaron la puerta de mi departamento.
— ¡Voy!— grité dejando mi taza en la mesa del comedor.
Cuando abrí la puerta me encontré con Gabriela, tenía los ojos llenos de lagrimas y estaba un poco despeinada.
Tenia la mirada perdida y el labio inferior le temblaba.
—Adam — exclamó sollozando —No te creí, pero...
—Gabriela, tranquila — susurré y la abracé haciéndola pasar.
—Es que... —siguió sollozando —no te creí, pensé que decías mentiras, pero lo de mi papá es cierto.
—Tranquila Gaby — susurré —necesitas calmarte, toma asiento, voy por un vaso de agua.
—Si tienes tequila mejor.
—No te voy a dar alcohol.
Me dirigí a la cocina y serví un vaso de agua, el cual le di a Gabriela.
—Ten —dije dándole el vaso.
—Gracias.
Se tomó unos segundos para relajarse de la mejor manera.
—Puede que no pase el que me hayas mentido, pero lo de mi papá es cierto —rompió el silencio —Lo que más me desconcierta es de lo que es capaz mi padre por conseguir lo que quiere.
— ¿Quién más sabe lo de tu papá? —pregunté.
—Nadie más, solo yo —las lágrimas volvieron a inundar sus ojos — ¿Cómo es que pudo hacerlo?
Sollozó y yo por instinto me senté a su lado y la abracé, ella se aferró a mí fuertemente y rompió en llanto, me dolía verla de esa forma, llorando, tan desilusionada, fui empático con ella, no puedo decir que en ese momento sentía lo que ella sentía, pero sé que la debió de pasar muy mal, si mi papá hiciera algo así, también estaría roto como ella lo estaba.