Capítulo 3: Recompensas

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La conclusión del celo de Harriet fue agridulce para la omega y su alfa. Hermione traería a Albus de vuelta a casa más tarde ese día, pero Severus tenía la intención de aprovechar al máximo su mañana privada.

Cuando ambos se despertaron, tomó a su pequeña compañera en brazos y la llevó a la cocina. Después de sentar a Harriet en la encimera, se dirigió a los quemadores y comenzó a preparar el desayuno.

Harriet lo observaba atentamente, vestida con su camisón, que colgaba sin apretar de uno de sus delgados hombros.

Severus aún llevaba los pantalones de dormir, pero nada más, y los ojos verdes de Harriet pasaron como fantasmas por los esbeltos músculos de su pálido pecho, admirando la sutil definición de sus brazos mientras cocinaba.

—....Te amo. —susurró Harriet.

Era una frase dulce y sencilla, dicha con tanta suavidad que ni siquiera estaba segura de que su marido pudiera oírla.

Pero por la forma en que sus ojos oscuros se levantaron inmediatamente para encontrarse con su mirada verde, era obvio que lo había hecho.

Severus se ocupó de la comida en la sartén durante un momento y luego se apartó de los hornillos, se acercó y se metió entre las piernas de su mujer, que estaba sentada en la encimera. Puso una mano en la pequeña cintura de Harriet y ella se enderezó, sonrojada por la intensidad de su mirada.

Severus se agachó para besar sus labios y Harriet cerró los ojos. Su beso era profundo y hambriento, tal y como ella sabía que sería. Con ternura, Harriet le pasó los brazos por los hombros y le devolvió el beso con alegría.

Si hubiera pensado con claridad y no estuviera embriagado por los días en que su omega gritaba su nombre y le rogaba que no se detuviera, Severus habría colocado un amuleto protector sobre su comida.

Casi se quemó cuando pudo separarse del dulce sabor de su querida esposa.

~~•~~

Severus esperaba que Harriet deshiciera su nido después de que Albus llegara a casa y reanudaran su vida familiar normal y civilizada.

Sus esperanzas aumentaron cuando eso no ocurrió.

Un día, cuando Severus volvió a casa después de otro día de clases, encontró a Albus haciendo un dibujo en la mesa del comedor y a Harriet removiendo una olla de sopa que les serviría de cena.

—¡Papá! —gritó Albus, levantando la vista.

—Hola, Albus. —Contestó Severus, frunciendo el ceño ante el inusual silencio de su esposa. Había algo en el aire que Severus notó enseguida, un aroma dulce y delicado, ligero y refrescante, casi reconfortante en cierto modo....

Harriet levantó la vista y captó la mirada de su marido.

La suavidad de sus ojos verdes hizo que su respiración se entrecortara.

Era una afirmación silenciosa y le llegó al corazón a Severus.

Desear era una cosa, pero la verdad era otra.

—Mamá, ¿Cuándo estará lista la sopa? —Preguntó Albus impaciente desde la mesa.

—En un momento, cariño. —respondió Harriet.

Consiguió ocultar su sonrisa cuando Severus se dirigió hacia ella con su túnica negra ondeando a su alrededor, deslizándose sobre sus zapatos de cuero.

La atención de Albus estaba completamente centrada en su dibujo y Harriet estaba de espaldas a su hijo. Eso facilitó que Severus se colocara detrás de su omega y le diera un beso silencioso en el lado derecho del cuello.

The Purple Blankets: A Snarry Tale (Traducción)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora