Capítulo 22: ¿Qué piensas, mamá?

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Cuando Severus regresó a casa después de su charla con el vendedor ambulante, no podía esperar a mostrarle a Harriet el botín de su cacería.

Después de la cena de esa noche, una vez que Darby y los niños estuvieron acurrucados en sus cálidas camas, Severus observó a su omega con reverencia mientras se acurrucaba en las nuevas adiciones a su creciente nido.

Un suave suspiro se escapó de los labios rosados de Harriet mientras dejaba que las mantas mantecosas, que Severus había desinfectado con seguridad con un movimiento de su varita, se deslizaran y resbalaran sobre su piel desnuda.

Harriet podría haberse tumbado en su nido con el camisón puesto al menos, pero sus nuevas mantas moradas eran tan suaves que quería sentirlas contra su carne desnuda.

Severus observó atentamente cómo la rica tela envolvía con gracia a su mujer mientras se movía y se estiraba. Sus ojos negros se fijaron en sus rosados y endurecidos pezones y en la profunda curva en "s" de su espalda que acentuaba su redondo vientre, lleno de sus pequeños.

Por mucho que Severus se alegrara de haber conseguido complacer a su mujer con los hallazgos de su viaje de compras, su amada Harriet le estaba complaciendo en más aspectos que los obvios con su reacción.

—Me alegro de que tus nuevas mantas te resulten satisfactorias, mi amor —Sorprendió Severus después de un largo momento de sentarse junto al nido de Harriet y estudiarla en silenciosa observación.

En el resplandor de la chimenea, los ojos verdes de Harriet parecían casi antinaturalmente brillantes mientras miraba a su alfa y sonreía: —Puedes acompañarme, sabes—.

—Voy...en un momento —Severus respondió con una sonrisa de oreja a oreja.

Harriet sonrió y desvió la mirada.

Podía sentir los ojos oscuros de Severus escudriñándola y por eso no hizo nada a propósito para acallar sus suaves movimientos o los suaves suspiros que se le escapaban de la garganta mientras se deleitaba con la sensación de aquel rico tejido de chenila frotándose contra ella.

Desde el principio de su relación, incluso antes de eso, antes de ser amantes, Harriet había notado que a Severus le gustaba mantener sus ojos sobre ella.

Eso era exactamente lo que Harriet quería, la atención exclusiva de Severus.

Harriet no siempre fue una omega muy humilde.

Sabía que tenía la capacidad de cautivar a su compañero.

Cada vez que Severus la miraba abiertamente, ella lo disfrutaba.

Sin embargo, la hora se hacía tarde y con ella, los párpados de Harriet se hacían pesados.

Cuando su impaciencia alcanzó un nivel intolerable, se acercó a Severus y lo agarró de la mano para arrastrarlo a su nido con ella.

Severus pareció un poco sorprendido por un momento mientras se agachaba junto a Harriet. Empezó a decir algo en señal de protesta, pero Harriet se movió para sentarse y le dio un beso tan dulce e impecable que él se vio impotente para hacer otra cosa que no fuera ahuecar su cara entre las manos y aceptar con entusiasmo su gesto cariñoso.

Después de unos momentos de besos apasionados, Harriet sintió que los dedos de su marido empezaban a recorrer su cuerpo en una exploración fascinada y necesitada.

Harriet había ganado una buena cantidad de peso para una madre que esperaba gemelos y Severus se maravilló de los cambios sin precedentes en su cuerpo.

Sus pechos eran lo suficientemente grandes como para que Severus pudiera enterrar su cara en ellos, cosa que hizo con gusto, deleitándose con el dulce olor de su omega y la suavidad en la que estaba rodeado.

The Purple Blankets: A Snarry Tale (Traducción)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora