35.Polvo de estrellas

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Cuando despiertas de una oscuridad sangrienta y te encuentras en medio de un yermo desértico y desolador, con tu alma encadenada a aquella prisión te preguntas qué es lo que hiciste mal, cómo acabaste en esa situación. Entonces alzas la vista al desapacible cielo y escuchas voces, cánticos y rumores que arrastra el viento y te entran ganas de llorar. Quieres apagar tu llama interior para acabar con todo definitivamente, pero no puedes hacerlo ya que la ira que sientes te mueve a querer destruir todas esas ataduras. Tu corazón arde, pero el pecho sigue palpándose igual de frío porque la voz de aquella extraña conocida llamada cordura te dice que es el fin, que la hora para ti ha llegado y has sido un completo fracasado.

Nathan elevó la cabeza con dificultad, sorprendido de reconocer aquella voz. Sus cabellos de miel rojiza le caían sobre el rostro, desgarbados, pero entre sus resquicios pudo distinguir al que había sido su compañero y rival unos días atrás. Tres guardias de azules ropajes arrastraban a un malherido Haziel. El arrogante ángel trataba de escabullirse a pesar de su lamentable aspecto. Sus ropas que una vez habían sido presuntuosas y elegantes se habían quedado reducidas a jirones empapados de sangre. El pecho se lo habían perforado y tiras de carne colgaban a duras penas. Hilos escarlata se escurrían por su barbilla y cuello. Estaba haciendo todo lo posible por mantener el conocimiento, pero sus iris se disolvían en blanco tras cada intento desesperado. Su huida al Planeta Azul había fracasado.

Uno de los guardias se adelantó, y sus dedos activaron una combinación secreta en medio de la puerta invisible que les cercaba. Unos símbolos se iluminaron y tras comprobar que la clave era la correcta, empujaron a Haziel al interior, para volver a cerrar la puerta. Haziel trató de ponerse en pie, mirando desesperadamente a los pies de los demás reos, mas ninguno se acercó a ayudarle. Todos sabían lo que pasaría a continuación. El cuerpo de Haziel se volvió rígido y su casi desfallecida mirada se dilató. A simple vista no se observaba nada fuera de lo normal, pero en el plano etérico cadenas de luz surgieron del suelo como serpientes encantadas y se cerraron en torno a su alma. El ángel jadeaba descompasadamente.

—¿Qué nos van a hacer?—exigió a los mirones que le respondieran a pesar de su nefasta condición.

—Simplemente vamos a dejar de existir —le respondió un ángel de rizos castaños que había perdido el ojo derecho recientemente y una desagradable herida afeaba sus inmaculados rasgos.

—No pueden hacer eso—insistió.

—Sí que pueden. Nathan les escuchó hablando sobre ello —esta vez el que habló se trataba de una chica de piel acaramelada y corta melena.

El nombre de su ex-rival removió algo en su interior. Consiguió aderezarse a pesar de todo y se volvió ante el elemental de fuego que le contemplaba casi con el mismo estupor con el que él lo hacía.

—¿Qué estás haciendo aquí? —masculló.

—Eso mismo te iba a preguntar a ti. Tú conseguiste liberar tu esencia, deberías estar en la celebración —apuntó Nathanael que no le había pasado desapercibido el brillo rosado que desprendían sus plumas.

Haziel comenzaba a comprender lo que estaba aconteciendo. Todos los ángeles que estaban allí se trataban de compañeros suyos que no habían logrado superar el Examen.

—Tú estás muerto. Unos diablos te mataron —declaró con sorna. Nathan respondió con una forzada mueca; captó la burla.

—No, no lo hicieron. Eso es lo que os contaron para ocultaros la verdad.

Haziel echó un vistazo a su alrededor. Fina grava gris se filtraba entre sus heridas, pegándose a su sangre. Parecía que les habían dejado a la deriva en medio de un vasto desierto grisáceo, aunque en realidad una barrera invisible les rodeaba. La luz no les llegaba de forma directa, sino que pasaba a través de un filtro de forma que allí siempre estaba nublado. Lo único que se podía divisar eran pálidas dunas siendo moldeadas por el viento desangelado. Volvió a examinar a Nathan y esta vez recayó sobre su hombro. La infección se había extendido notablemente hasta el codo dejando un rastro de akasha corrompido y contaminado. Nathan incluso había oído a los guardias discutir sobre si le amputaban el brazo o no, para evitar que el resto de su akasha se echase a perder.

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