20. Los militares infernales

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Tras apurar la última gota de la ambrosía, Serafiel apoyó bruscamente el vaso sobre la repisa. Los hielos titilaron. Dejó resbalar su túnica plateada por su perfecto cuerpo y se sumergió en la bañera de su suite. Retiró su fina cabellera sosteniéndola en medio recogido que no se molestó en terminar, dejando los argénteos cabellos flotar sobre las sales aromáticas.

—Pareces algo tenso —musitó una aguda voz femenina.

—Me resultas muy oportuna, Claudia.

—Pues claro —canturreó agitando su plumífera melena—. Cuéntame, ¿qué puedo hacer por ti? —le preguntó a la vez que ella también se introducía en la bañera, colocándose sobre él.

—Quiero que me cuentes todos los planes de Caín, sobre todo los relacionados con el ángel Amarael.

—¿Quieres que te cuente todos sus planes? Sabes que ya me la estoy jugando viniendo hasta aquí. —El agua de la bañera se desbordó en cuanto Claudia se introdujo en ella.

—Por eso mismo, ya que estás aquí, sería una pena desaprovechar la ocasión.

Los fríos ojos del serafín se clavaban en ella, exigiéndole que contase todo lo que supiese. Claudia esperó a que las aguas se detuviesen, sumergida en esos fríos iris y, finalmente, accedió a hablar. Estaba visto que tenía alguna clase de fetiche con los hombres de ojos grises.

—Ese idiota está completamente enamorado de ella.

—¿En serio? Yo pensaba que a quien quería era a esa otra, ¿Ireth, se llamaba?

—Y así era, pero ese ángel le fascina.

—¿Por qué?

—Porque está prohibida. No hay que darle más vueltas, él es así de imbécil. —Mientras hablaba ella iba jugueteando con la espuma, dejándola escurrirse entre sus dedos.

—Tiene que haber algo más.

—Estamos hablando de Caín, el mismo loco que se presentó en el Infierno y liberó a todos los demonios, sus acciones no tienen lógica. —Se refería a cuando Caín huyó del Cielo, que se dirigió a la prisión de demonios que era por aquel entonces el Infierno, liberándolos a todos.

—Lo de asesinar a Uriel fue por venganza, pero sí, fue un acto demasiado temerario. —Uriel era la encargada de vigilar el Infierno, y por tanto, quien poseía sus llaves.

—Piensa que Amara es una perfecta candidata para reemplazar a Metatrón y tiene miedo de que eso pase porque, entonces, sí que la perdería por completo.

—¿En serio?

—Ya te lo he dicho, es un imbécil.

—Hablas de él con mucho rencor.

—¿Cómo no iba a hacerlo con todo lo que me ha hecho? —Ahora tenía su rostro entre sus manos mientras le dedicaba ardientes miradas y se mordía el labio sensualmente. El sofocante vapor encrespaba sus cabellos—. No te puedes imaginar lo horrible que es esta maldición. ¡Por favor, quítamela, Serafiel! Si sigo así, mi parte animal dominará a la racional. No quiero convertirme en su mascota —le rogaba aduladora mientras tiraba con sus piernas atrayendo el cuerpo de él hacia sus muslos.

—Sabes que si pudiera te la quitaría, pero me temo que la única forma de conseguir esto es acabando con él y eso no está en los designios de Dios, pero... —El calor en la atmósfera era palpable y cada poro de su piel se sentía embriagado por la fragancia de las sales aromáticas—... Podría saltármelos por una vez en recompensa a tu valiosa información. Al fin y al cabo nadie lamentaría su pérdida. De momento necesito que sigas espiándole para mí.

Dolce InfernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora