28.Virtud

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Los densos nubarrones que cubrían el cielo aquella noche corrían el peligro de agrietarse por los relámpagos y las infinitas gotas de lluvia crepitaban húmedamente contra los adoquines. La pesada puerta del granero se entreabrió lo justo para que dos personas pudieran entrar y resguardarse así de la tormenta. Katrina se deshizo aliviada de su empapado abrigo y se retiró los mechones rizados que se pegaban a su rostro. Se frotó las manos para hacerlas entrar en calor mientras su misterioso acompañante encendía un candil con un extraño artefacto.

Le dio la sensación de que la mano le temblaba cuando la llama prendió. El granero no resultaba demasiado grande y una tablilla suelta de madera trastabillaba mecida por la furia de la tormenta. El olor a animal se hacía evidente, pero a ella no le importó con tal de encontrar algo de sequedad. Ahora que ya había conseguido entrar en calor examinó más detenidamente al hombre que la observaba desde las penumbras que les envolvían.

Éste se bajó el negro capuchón que le cubría la cabeza y los dos ojos grises que le habían sorprendido a la salida de la iglesia le saludaron de nuevo.

—Te llamabas Caín, ¿no es así?

La inquietante figura masculina asintió.

—Sí, ése es mi nombre.

Caín la violó con la mirada mientras observaba los largos y ondulantes hilos dorados que caían húmedos sobre sus hombros y se amoldaban a la silueta de su estrecha espalda. Su piel nívea se hallaba algo enrojecida por los cortes del viento helado y dos ojitos azules y saltones le observaban algo confundidos. El diablo se acercó a la muchacha y mientras le agarraba del mentón con su rígida mano saboreó sus cortados labios. Acarició unas pequeñas pecas que adornaban sus pálidos pómulos y la despojó de su corpiño sin reparos. La arrojó contra una montaña de paja y una nube de polvo revoloteó.

Katrina se sentía confusa. No conocía de nada a ese tipo y sin embargo no había dudado en seguirle cuando éste le susurró que lo hiciera. Se había alejado de su ama de llaves, de su familia, y ahora estaba a la merced de aquel desconocido de apariencia tan extraña. Le observó detenidamente mientras él se quitaba su túnica mojada intentando averiguar algo más de él.

—¡Qué ropas más extrañas! No eres de por aquí, ¿verdad? —le preguntó sin poder moverse, haciendo referencia al cuero y metal que revestían al diablo.

—No, no soy de aquí.

Caín dejó caer el pesado cinturón que se enroscaba en sus caderas y se inclinó sobre el cuerpo desnudo que tenía en frente suyo. La madera no cesaba de crujir, pero toda la intensidad de la tormenta que se estaba dando fuera parecía concentrada en esos magnéticos iris. Katrina no pudo reprimir un gritito.

—¡Ya sé lo que eres!

—¿En serio? —sonrió maliciosamente Caín.

Katrina se sonrojó tras la ridiculez de su teoría, pero la compartió con él.

—Eres un vampiro.

—No tengo colmillos ni bebo sangre —le tranquilizó.

El diablo apretó su menudo pecho mientras sus condenados labios aprisionaban con fuerza el otro pezón, arrancándole a la joven un gemido.

—Muy bien, Amara. No sabes lo bien que me lo voy a pasar —le susurró mientras observaba complacido cómo el rosado bulto adoptaba un tono más oscuro.

—¿Amara? Ni siquiera te has aprendido mi nombre —protestó ella.

—¿Eso te molesta?

—Pues qué mínimo ya que vas a hacer lo que te dé la gana conmigo…

Dolce InfernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora