18. El violinista infernal

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Aquella noche Caín le había comunicado telepáticamente un lugar diferente donde encontrarse. Ella no quería verlo, no se atrevía. Pero sabía que no tenía más remedio.

Se detuvo ante la enorme verja de color negro. Parecía ser que el lugar donde la había citado era un cementerio. Sus ojos se inundaron de lágrimas, todavía recordaba las ruinas de aquella ciudad. Se tragó su llanto y se adentró sin ninguna dificultad a pesar de que a esas horas de la noche estuviese cerrado.

El silencio gobernaba en aquel mausoleo de paz y un fresco y agradable olor a jazmín la envolvió. Aquel lugar le recordaba demasiado a Shejakim. No sabía el lugar exacto, para variar, así que se adentró entre los jardines y las tumbas pensando qué haría cuando le viese. Si alguien estuviese allí en esos momentos, habría tenido la visión de una dama blanca de inmaculada belleza y que emitía un suave resplandor sobrenatural deambulando entre las tumbas.

El arco comenzó a moverse sobre las cuerdas del violín liberando las primeras notas en clave de sol. La tesitura de la melodía la envolvió y siguió hipnotizada a aquel viento musical hasta encontrarse con él. Allí estaba, más hermoso que nunca, su negra figura fundiéndose en la noche, resaltando un pequeño violín de tonos rojizos. Su brazo se movía de una forma que no parecía real tocando una sonata que tampoco parecía de este mundo. Estaba furiosa, pero aquella melodía suavizaba sus pensamientos hacia él, sintiéndose incapaz de interrumpir aquel concierto. Finalmente la música cesó y él se volvió de espaldas, agachando la cabeza. Había algo raro en él, no estaba como siempre. Aún así, Amara volvió a recuperar el control sobre sí misma y la sensatez.

—¿Por qué ordenaste algo así?

"¿Por qué la Inquisición no les protegió?" —le había preguntado a Raphael estando todavía en aquellas ruinas. Los que habían pagado las consecuencias habían resultado ser los que menos culpa tenían en aquella guerra.

—Sí, yo lo ordené —le respondió Caín a la verdadera pegunta. Amara sabía que los demonios solían hacer estas cosas, pero Caín estaba ahora al frente de ellos, y Caín se encontraba en frente de ella en esos momentos. No era lo mismo observar las barbaridades de un desconocido, que saber que lo había hecho el hombre al que le iba a entregar su virginidad. El que lo confesase con esa calma la hizo estremecerse.

"¿Qué estoy haciendo?", se preguntó en su interior.

—¿Te das cuenta ahora de lo que soy? —le dijo todavía sin volverse.

Ella siempre lo había sabido, pero esta vez lo había visto con sus propios ojos, no podía seguir haciéndose la ignorante—. En este mundo sólo existe una persona que realmente me importa su felicidad y resulta que no eres tú, Amara.

—Cuando todo esto se acabe y ya no te necesite más, te mataré —le amenazó, reuniendo todo el valor del que fue capaz de conseguir.

El diablo estalló en una carcajada enferma de locura que Amara sólo había visto en una ocasión, cuando Nathan le atacó con fuego.

¿Sería ese ángel capaz de matarlo? Caín supo que sí y descubrió que era eso lo que siempre había buscado realmente en ella. La venganza ya no era tan importante, la humanidad tampoco. Lo único que quería era que se le otorgase el descanso que Dios no estaba dispuesto a concederle.

—¡Qué graciosas resultan las vidas de esas personas!, ¿verdad? —replicó, irónica—. No sé qué te ha pasado, pero aquella gente no tenía la culpa.

—En la guerra siempre hay víctimas inocentes, por eso son malas. Es lo que tiene ser inferior y débil.

—Si no poseer poderes sobrenaturales es ser inferior...

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