•La luna de miel•

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Rumor de olas y margaritas bien fresquitos…

«¿Aquí?», le pregunté.

«Chis…», me dijo, y continuó haciendo de las suyas bajo mi falda. La gente bailaba a nuestro alrededor.

¡Menuda luna de miel!. Empezaba a ponerse interesante, pero… ¿y si nos sorprendían en plena acción?.

«Tranquila…», me dijo. Lo intenté, pero, ¡estábamos en la terraza del hotel!. Sus dedos continuaban avanzando bajo mi tanga.

«¿Te gusta?» ¡Cómo no!. Me encantaba todo lo que mi marido me hacía. Sonreí al pensar que ya estábamos casados. ¡A veces se me olvidaba!.

«No te muevas», exclamó, «así no se darán cuenta».

¡Vaya! ¿Encima no podía moverme? Pensé que estaba loco. Quería gritar como una loca. Adivinando mis pensamientos, me dijo:

«¡Vamos!» Y corrimos a la playa, buscando la oscuridad para amarnos sin límites.

Nos besamos y nos desnudamos con rapidez, escondiéndonos en el chiringuito que estaba cerrado de noche.

Desde allí, se escuchaban las voces alegres de la gente.

«Saboréame», le pedí. Y Chris lo hizo como sólo él sabía hacerlo, con la locura de su pasión desbordada.

«Me vuelves loco», me dijo. Sentí que no podía ser más feliz.

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